Tanto la aceptación como la resignación, pueden ser una “emoción del momento”, o pueden constituir un “estado perdurable”. Y es allí donde tendremos que estar muy atentos. Recordemos que el trabajo con uno mismo, el trabajo interior, tiene mucho que ver con la “Atención”.

Los “estados de ánimo” predominan como bien lo dice su nombre, como un estado: no es que sientas un momento de impotencia, es que te sientes impotente para todo, no es que sientas miedo a algo determinado sino que sientes miedo por todo. Estos estados implican procesos hormonales que a la larga nos provocan daños en nuestro cuerpo. Porque el cortisol, que en cantidades reguladas nos es tan beneficioso, en exceso, repetidamente, y sin responder a los ritmos circadianos, nos resulta altamente tóxico.

Hemos de aceptarnos como seres vulnerables, con momentos de desesperanza, de miedo y de frustración, pero cuidémonos mucho de no vivir, de no permanecer en estos estados tan tóxicos.

La aceptación significa asumir una realidad, esa es la realidad, y puede o no puede gustarme. Aceptar me permite tomar acciones una vez que ya he asumido que esa es mi nueva realidad. La resignación es una actitud pasivo-agresiva pues mantengo un rechazo por la situación, pero no digo, ni hago nada con ella. 

¿Y cómo estoy actuando yo ahora con esta posibilidad de anti-coagularme? Ya veo una aceptación donde antes encontré tanta resistencia al cambio. Me sonrío, no me queda otra, me preparo para lo que será el “veredicto” que ocurrirá mañana, y empiezo a ver la parte positiva de la cosa. Ya veo que he aceptado este nuevo desafío, lo positivo es que si, sí o sí conviene la anti-coagulación, voy a vivir más tranquila haciéndola que si no la hiciese.

Uno va moldeando su carácter. Lo aprendido y lo genético se influyen y se combinan mutuamente. Vivimos en cambios permanentes, fluyendo como las aguas de un río. Hay palabras que abren muchas puertas en los corazones facilitándonos el acercamiento y la empatía hacia los otros; por ejemplo: permiso, por favor, gracias.

Cuando aceptamos los desafíos, nos animamos a salir de nuestra zona de confort porque estamos entusiasmados y confiamos encontrar una salida luminosa. Allí se activan y se multiplican nuestras neuronas, y aparece una inteligencia nueva que nos muestra una increíble capacidad que antes no conocíamos en nosotros.

El entusiasmo y la pasión es algo que uno elige vivir. Es una decisión de nuestra voluntad. No nos podemos quedar en nuestras emociones tan pasajeras. A la mañana contento, al rato por algo que escuché, triste. Elijamos eso que nos conviene. La relación con el fracaso puede ser totalmente diferente a la que tenemos ordinariamente muchos de nosotros. De cada fracaso hay algo que podemos rescatar como aprendizaje, para que una próxima vez no cometamos ese mismo error.

El entrenamiento del carácter se hace paso a paso y tiene que ver con cómo cada uno se posiciona frente a la posibilidad del fracaso. Y también con cómo uno se posiciona frente a su éxito. Lo que una vez me ha llevado a qué algo me salga bien, puede no siempre llevarme a resultados tan satisfactorios, pues nada se queda quieto, todo está cambiando en forma constante incluso nuestro cuerpo, mente, emociones, deseos, etc.

El “tener recursos” nos facilita muchas cosas, pero es fundamental “la relación con el Ser, con nuestra Alma”. El éxito tiene que ver con el equilibrio de esos dos platillos de la balanza. Tener una mirada curiosa y actual es parte de nuestros recursos, como lo son los títulos, el poder económico, el vivir en el aquí y ahora. Por poner una mirada demasiado auto-centrada, nos perdemos todo lo que hay a nuestro alrededor. Ponemos demasiada expectativa en nuestra apariencia física. Nos creemos un poco más listos, mejor formados, más especiales que el vecino. Y hay muchos seres humanos a nuestro alrededor que para nosotros no existen. El gran problema es que vemos a los demás así como alguna vez nos parecieron ser, no los vemos como están siendo en este preciso momento.

Todos podemos tener creencias limitantes, que en determinado momento se activan, y nos podemos dar cuenta de ellas por la postura de nuestro cuerpo que se pone tenso, pesa por todos lados. Y podemos también hacernos esta pregunta: ¿Qué me estoy diciendo a mí mismo en este momento para sentirme tan insignificante ante este desafío? Si tengo la paciencia de esperar la respuesta vendrá también a través del cuerpo que se relajará, es como si se aflojara y despertara al mismo tiempo, y empezaré a ver todo con otra claridad, a comprender hasta de dónde me llega esa creencia limitante, y a quien se la estoy copiando.   

Decir que queremos cambiar es una cosa, pero hacer algo para que ese cambio ocurra es algo muy diferente, porque eso nos da mucho miedo, sería salirnos de la zona conocida, de la que uno controla. Lo que pasa es que nos definimos a través de un valor, (yo soy madre, por ej. o arquitecta, o la hija del médico…) y fuera de ese valor, nos sentimos como con vértigo, nos desconocemos.

Permitirnos que florezca nuestra verdadera naturaleza, abre todo nuestro potencial, despliega nuestra personalidad y podemos llegar a asombrarnos de nuestras posibilidades y claridad mental. Es la valoración del evento que me toca vivir, y las palabras que use para definirlo, lo que me posicionará como ganador o perdedor en definitiva. A las palabras no se las lleva el viento, crean profundas realidades. Las palabras abren todo un mundo de emociones y de sentimientos en el ser humano. Nosotros tenemos emociones y vivimos en estados de ánimo. Hay una diferencia cronológica entre ellas. Una emoción estancada en el tiempo, por ejemplo un fracaso, llega a constituir un estado de ánimo.

Necesitamos ser conscientes de nuestros recursos y posibilidades, de nuestra grandeza, de nuestra real naturaleza. La descripción que hicimos de nosotros mismos cuando éramos niños, ya no nos sirve. Somos seres excepcionales y poder verlo en uno, hace que lo podamos ver en los otros también.