Ayer llegué a Las Grutas. El primer día fue acomodarme al lugar, la casa, el clima, hacer compras, saludar vecinos, pero hoy realmente comenzó mi experiencia de arena y sol. Desperté a las 6,30 hs. y entre hacer toda la práctica, preparar el desayuno, tomarlo, preparar lo mínimo que necesitaría y salir, se hicieron la 9,30 hs. La intención era tomar sol mientras caminaba hasta “Las Coloradas”, (4.5 km.) sol de atrás, para volver, con sol de frente.

Hace más de 45 años que vamos a Las Grutas todos los años, por eso sabía que ir y volver me podría demandar entre hora y media y dos horas, así que me dije: 11,30 hs. máximo, estoy de vuelta. No quería pasarme de sol, y salía decidida a entrenar mis piernas que últimamente las sentía sin fuerzas y quejosas, a cuidarme, a escuchar a mi cuerpo, y a cuidar la lastimadura del brazo derecho. Pero como todo cambia y cambia continuamente, me encontré que ya a esa hora, el aire caliente, era muy caliente, que la marea recién empezaba a bajar, no había muchas opciones para elegir el mejor terreno que no dificultara mis pasos, y sobre todo que yo no era la misma que la que estuvo con propuesta similar el año pasado.

Este recorrido lo tengo identificado en: primero, segundo y tercer tercio como “La Gran Curva”, “Las Piedras Verdes” y “Las Coloradas”. Esta vez, no bien superé el primer tramo ya sentía que mis piernas no daban más… Eso me sorprendió, decidí poner en práctica lo que otras veces me había ayudado: disminuir el ritmo, y armonizar la respiración con los pasos. Cuatro para inhalar y cuatro para exhalar. Todo parecía ir mejor, se acomodaba por sí solo, pero no duraba mucho. Cuando aún no llegaba a cubrir el segundo tercio, ya me sentía mareada, como hiper-ventilada, (¿me habrá bajado el nivel de azúcar?), y hasta sentí que era posible que me desmaye… ¿Será que mi cuerpo avisa que necesito comer algo dulce? Me alegró  haber traído unas tabletas de cereales.

Al no encontrar donde sentarme, empecé a sentir la playa, como algo inhóspito, poco acogedor, decidí seguir andando mucho más despacio, como si paseara, mientras masticaba y masticaba ese tipo de turrón. Así llegué a cubrir el segundo tramo, ya la bajante dejaba a la vista las primeras piedras verdes, allí me senté, descansé, mientras seguía comiendo.

¡Me sentía mejor! También me cubrí con un fino chal de algodón la espalda, todo el brazo lastimado y parte del pecho. A la cara la protegía la visera de la gorra, y pensé: las piernas son más rústicas, se lo aguantarán. La propuesta seguía firme: “Quiero poder llegar a la meta, pero sin hacerme daño y sin olvidar que tengo que volver”.

Observaba todo este juego interno: cómo la inteligencia, a través de la mente, que es su instrumento, trae opciones e informaciones para que ella pueda decidir cuál será la actitud más correcta ante cada cosa que uno va sintiendo. Sabía que estaba ejercitando la “Atención Sostenida”, y que me gustaría poder escribir en detalle esta secuencia de situaciones, para después poder compartirla con quienes están en la misma que yo.

Se veía poca gente en la playa, pues ya estábamos lejos de las zonas concurridas. Decidí continuar “paseando”, al ritmo posible y sin que me importunara el tiempo demorado. Me alegraba no tener que acomodarme al ritmo de otro. Un rato después llegué a “Las Coloradas”. Desde lejos ya iba buscando la sombra donde descansaría. Había varias sombrillas y casi nada de gente. Elegí la mía, la espalda contra el palo central de madera, y me sentí agradecida por ese frescor de la sombra tan deseada, y tan esperada. Desde el mar venía una fresca brisa, reconfortante. Descansé un rato y a las 11hs. sin ganas, decidí comenzar el regreso tan  lento como tuviera que hacerlo.

Ya la marea estaba mucho más abajo. Necesitaba refrescar mis pies en el agua, iba buscando el mejor camino, descubriendo diferentes tipos de terrenos, algunos bastantes duros y otros muy blandos, algunos riesgosos por resbalosos o un poco pantanosos, otros con el inconveniente de la arena pedregosa y otros muchos, más placenteros… Algunas piedritas entre el pié y la suela de la ojota me molestaban, trataba de sacarlas pero parecía que ya habían quedado incrustadas allí. El pié izquierdo, más delicado que el derecho, estaba tendiendo a acalambrarse. En una piedra bastante plana, conseguí elongar la pantorrilla izquierda y seguir caminando… Ya solo me faltaba hacer el último tercio,  cuando descubrí a toda la gente amontonada, y comprendí que definitivamente tendría que salir mucho más temprano, con el fresco, (7 o 7,30 hs) si es que decidía volver a llegar a Las Coloradas. Ya en la casa me dije: “Parece que hoy dormiré una siesta”.