El cuerpo me lo está pidiendo, pero no lo escucho pues toda mi atención y entusiasmo están volcados a mi quehacer del momento. A veces disfruto tanto con lo que hago, que quiero verlo terminado, y me cuesta parar. Cuando lo que hago me empieza a salir mal, me equivoco, es porque estoy cansada y ¡Tengo que parar! Aparecen varios otros tipos de anuncios. Entiendo, escucho, ¡tengo que parar! y literalmente, ¡me paro! Cambié mi posición, ahora ya estoy de pié. Sin siquiera pensarlo, estiro y muevo mi cuerpo… Hay muchas formas de parar, y las necesidades de descanso pueden ser de varios tipos. Puedo cambiar de actividad, o quedarme en paz un rato sin hacer nada, en total relax. Meditar nos ayuda a parar también la cabeza… en general opto por ir a la cocina, a preparar lo que comeré: creatividad total que cambia la atmósfera de ese “querer terminar” Para la salud, “el equilibrio es fundamental en todo”, por eso hemos de buscar el balance entre trabajo y descanso.

La rutina facilita que algunas cosas funcionen automáticamente, pero necesitaremos hacer cortes diarios, semanales y anuales para que no nos desgaste. Nuestra atención dura activa entre 45 y 60 minutos, y tendremos que planificar descansos o cambios, para volver como nuevos a los 15 minutos, a la mañana siguiente, a los dos días, o a las dos semanas. Los días de vacaciones son la ayuda básica para vivir más felices y enfocados el resto del año.

Vivimos acelerados. La urgencia y la rapidez gobiernan nuestro obrar e imponen pesadas exigencias externas a las que se suman nuestras propias sobre-exigencias. Nos hemos alejado de un modo de vivir natural y armónico, y eso lesiona nuestra calidad de vida, desde la salud física hasta los vínculos afectivos. El estilo de vida basado exclusivamente en ser eficientes y exitosos nos genera mucha ansiedad y falta de sensibilidad, indicando que de alguna manera queremos huir de nosotros mismos, de nuestra propia realidad. Este continuo “HACER” nos da crédito frente a la sociedad, donde nadie es reconocido por su capacidad de contemplación, por apreciar lo infinitamente pequeño, por saborear con los sentidos la abundancia de la vida. La salud radica en recuperar la integridad del ser. Si queremos equilibrarnos hemos de volver a encontrarnos con nuestro ser íntimo, poder escucharnos y ser conscientes de lo que nuestro cuerpo y nuestro espíritu necesitan. Si hay paz interior, hay paz en el mundo. Sólo en la serenidad, estando presentes, podemos sentir alegría, salud y libertad.

Nos está faltando ese tiempo para entregarnos al silencio, a la contemplación, escuchar nuestra voz interior que suele susurrarnos las verdades más profundas, ese tiempo para descubrir que no sé nada y que en ello hay una enorme libertad para seguir explorando, descubriendo lo que uno es, para reír y jugar, recuperar el contacto con la naturaleza, para estar afectivamente presentes en nuestros vínculos más íntimos. “Vacacionar” significa “vaciar” y las vacaciones son una excelente oportunidad para vaciar las tensiones de nuestro cuerpo, vaciar la sobrecarga emocional, vaciarnos de preocupaciones y del incesante parloteo mental. ¿Te estás dando el permiso para regalarte ese momento íntimo de un encuentro simple y gozoso contigo mismo?; sabiendo además que desde allí se regeneran las funciones vitales, devienen la quietud y el silencio con los que todo el potencial humano se vivifica y repone.

El contacto con la naturaleza nos ayuda al permitir que se genere un hondo silencio y podamos contemplar la vida en su totalidad. Del hondo silencio brota la oración más profunda y no los meros ruegos verbales, la posibilidad de desestructurarse, de flexibilizarse y de romper con los moldes conocidos. ¡Regálate una vida menos proyectada hacia el exterior! Todo se detiene cuando “la Belleza” toca nuestro ser profundo, y nos reconocemos existiendo en ese momento fugaz. Todos recibimos la energía del reino vegetal como una preciosa y silenciosa caricia. En nuestro hogar, podemos crear un lugar vivo, con plantas y con libros, un lugar nuestro, para meditar y jugar, para soñar y ser libres, donde nuestra energía, y nuestro amor, se irradie y se esparza hacia el ambiente y todos los que allí están…

El don de la sencillez consiste en comprender que no podemos vivir haciendo más de lo humanamente posible y dentro de lo humano está la necesidad fundamental de darnos el tiempo para la contemplación, el gozo y la celebración. 

Para evolucionar conscientemente, debemos estar conscientes. Un universo consciente está basado en el campo de la conciencia pura y, cuando meditamos, hacemos contacto con esa misma fuente dentro de nosotros y absorbemos las cualidades que contiene: la verdad, el amor y la creatividad. De esta manera, el simple hecho de vivir en la Naturaleza respalda nuestra evolución. Cada experiencia en la Naturaleza es valiosa, pero incluso más preciado es evolucionar sintiéndonos hijos del universo.