He despertado muy temprano, y la luz no enciende. Miro hacia afuera, y está todo muy oscuro, no están las luces de la calle, ni las del parque, ni las del otro lado del lago… ¡Corte general!, pero ¡qué linda es la noche sin las luces artificiales…!

Esto quiere decir que no tendré calefacción, ni podré poner el lavarropas en marcha, ni habrá internet, ni tendré la licuadora para mi desayuno, ni la ralladora para cocinar… ¡Menos mal que tendré gas!, pero no andará el magiclick…

Cuánta tecnología al servicio de nuestra comodidad, y cómo quedamos tan dependientes de todo ello… Al comprender lo que estaba pasando decido dormir un rato más, y quizás cuando despierte de nuevo, ya haya luz…

Pero no había luz, y la casa estaba bien fría. Me abrigué bien y decidí calefaccionar  prendiendo el horno de la cocina, y luego de la práctica de la mañana quedarme allí como el lugar más calentito de la casa, y adelantar todo lo posible la preparación de los alimentos. Para el desayuno aplasté las peras bien maduras con un tenedor, y las hice puré, le agregué el cereal y las semillas ya remojados y si bien me gusta más bien licuado, pude comerlo y satisfizo mi hambre… Así fui resolviendo cómo hacer cada cosa, qué ingrediente cambiar, y en qué punto suspender algo, para esperar la llegada de la luz.

Cuando llegó el momento de almorzar, aún sin electricidad, pude comer un plato hermosamente presentado, calentito, no había pasado frío, estuve divertida viviendo la desafiante aventura de arreglarme con lo que había, haciendo uso de ese potencial que todos traemos, ¡la creatividad!. Al terminar con la limpieza de la cocina, llegó la luz. El corte general dejó su enseñanza, vamos aprendiendo al vincularnos con lo que nos sucede.