No puedo saber quién soy, me defino diciendo que soy un “ser humano”, pero también podría decir que soy un animal mamífero, o yendo aún más atrás, decir que soy una criatura que vive asentada acá en este planeta, y que pertenezco a uno de los cuatro reinos que están en la tierra: el humano, el animal, el vegetal y el mineral.

Me pregunto también si habrá un “reino espiritual”, con seres que hayan evolucionado a partir de nosotros, (invisibles para nosotros), pues lo que siento es que desde mi ser más profundo hay algo que constantemente empuja hacia allí, a lo cual llamo “mi Alma”, pero otros llaman: “Consciencia”, “Maestro Interior” o “Dios”.

Respecto a quién llegaré a ser tampoco lo sé, pero eso es lo que investigo aquí-ahora, al sentarme a escribir y auscultando mi corazón, (que debería trabajar en conjunto con la mente), para poder confiar plenamente en lo que ella me dice. Muchas veces mis ansias por llegar a ser eso que mi corazón vislumbra, es lo que me engaña.

El sufrimiento es parte de esta vida. Todos los seres vivos, de los cuatro reinos, sufren. Creo que aun una piedra sufre cuando un sol intenso la quema, y luego una tremenda helada la parte y la desintegra. A través de los tiempos va perdiendo su integridad y se va muriendo. ¿Pero será cierto que todos los seres vivos temen morir?

Quizás algunos seres humanos deseen morir, mientras la mayoría, (por lo que veo), temen morir, temen sufrir, aunque actualmente con tanto progreso científico, la medicina ha conseguido que nuestro paso de la vida a la muerte, no digo que sea placentero, pero sí que es sin sufrimiento, y sin dolor.  

En mi caso, ya casi con noventa años, puedo decir que no le temo a la muerte, y que sí, estoy muy agradecida de estar viva, de poder disfrutar de todo lo que esta vida me está dando, para que siga aprendiendo: que nada es permanente, que aproveche lo que es, que viva el aquí-ahora y que suelte.

El soltar es sumamente importante, tanto lo que no quiero como lo que sí quiero, tanto lo que me gusta como lo que no… Mientras lo vivo, estoy atenta siempre a lo que voy sintiendo, y cuando la mente se queda callada, yo puedo degustar cada momento que vivo. Allí fue que mi hijo menor me llamó.

Sonó mi celular, interrumpí lo que escribía y atendí. Comprendí que me invitaba a encontrarnos donde solemos hacerlo cada vez que el sale en su bicicleta y yo a caminar. Justo ese era el horario de mi caminata de la tarde.  No encuentro como describir la inmensa alegría que sentí. Me desbordaba.

Solté todo, apurada cambié mi calzado, lamenté no poder hacerlo más rápido, me abrigué, tomé mis bastones, olvidé mi gorro… Cerré la casa mientras me decía: – esta es otra sincronía, otro regalo de la vida, justo que me estaba sintiendo tan lejos de mis hijos, tan sola. Gracias vida, gracias, gracias.