Este repentino dolor lumbar me está avisando algo. ¿De qué se trata esto? Me dice que me excedí, o que me exigí, que me salí de mi ritmo, en fin que «perdí el equilibrio». Parece que el ego también ha intervenido en esto, y que necesito mirarlo más profundamente, porque acá hay mucho para ver… Y aún ahora sigo viendo…

Cuando María, quien guiaba las sesiones de yoga, me comentó que sacó fotos al grupo, y que en la mía escribió, -Diana, 80 años-, y que empezaron a llegar muchos: “Dianita querida”, le pedí que me la envíe que me gustaría verla… Allí el ego tomó el comando, allí perdí poder sobre mis decisiones y la foto voló hacia hijos y amigos.

Luego pude ver más: Vi “mis patrones de obediencia a la autoridad”, (al que sabe: padres, maestros, jefes, dirigentes de grupos o de actividades), instalados ya en mi primera infancia… y vi cómo ese patrón adquiría más y más fuerza ayudado por el tono enérgico y el ritmo parejo y constante, de quien cumplía ese rol en ese momento (bien diferente al ritmo que mi cuerpo le pondría). Y ese patrón se impuso a todo el trabajo interno que venía haciendo desde hacía algunos años, para dejar de “apurarme” y recuperar mi ritmo natural, calmo y “contemplativo”, del que mis padres consiguieron sacarme, con mucho esmero y dedicación, para que fuera una mujer exitosa en la vida.

Me pregunto: ¿Cuál es el éxito que todos buscamos? Poder llegar a esa meta que uno quiere lograr. Pero como las metas van cambiando a medida que vamos evolucionando, entonces mi pregunta es: ¿Cuál es mi meta ahora? Está claro, busco expandir mi conciencia. Entonces necesito soltar todos los apuros…necesito recuperar mi propio ritmo.

¿A qué me obliga este malestar, y el de los pies por caminar mis 4 km. diarios en ojotas? A que el ego agache su gallarda cabeza, se muestre impotente, respondiendo a esa imagen (socialmente aceptada) de lo que es llegar a ser un anciano “achacado y  sufriente”, que cuida cómo hacer para acostarse, sentarse o pararse… Sobre todo me obligó a aislarme un poco del grupo y enfocarme mucho más en mí, en lo que “sí” puedo, y en agradecer los recursos  con los que “sí” cuento para el autocuidado.

Dado que en este viaje, mi intención había sido fluir con cada situación a vivir, no tengo dudas de que este dolor lumbar fue “sincrónico”, trayendo una enseñanza increíble para mi crecimiento.

Afronté los restantes cuatro días de yoga y cantos grupales, observando como mi ego quería escabullirse de la mirada externa. Sabía que para superar ese temor, no me quedaba otra que: “Afrontar”, “Aceptar” y “Agradecer” tantas miradas compasivas y brazos y manos estirados amorosamente hacia mí, para hacérmela más fácil. A todos ellos les doy las ¡gracias!, y también me las doy a mí, por animarme a afrontar y a vivir plenamente este gran desafío.

Terminadas las clases de yoga, retiré mi yoga-mat, y me propuse: hacer solo estiramientos hasta dónde me fuera posible, escuchando muy atenta, lo que me indicara mi cuerpo. Pareciera que “abdominales” le eran beneficiosos, le gustaban al cuerpo, y fui avanzando paso a paso desde allí. Esta lumbalgia también resultaba sincrónica con mi deseo de atender la postura que tendía todo el tiempo a caer hacia adelante.  La postura erguida, constante, es la mejor ayuda para moverme sin dolor… ¿No es esto maravilloso? ¿Puedo o no, decir que todo viene para bien? Recién ahora comprendo y digo: “Dispongo de mí”, significando que soy la responsable de cada una de mis decisiones, que no puedo culpar a nadie de lo que me pasa.