Ya venía con ánimo predispuesto pues ayer llovió todo el día, y hoy, si bien estoy con campera de abrigo, el día se presenta fresco, nublado pero luminoso. Volvía del centro, con el coche y si bien ya se acercaba la hora del almuerzo, al llegar a la quinta me dije: – “Ahora, ya no más, me quedo a cosechar frambuesas pues nadie sabe después como estará”, y así fue, dejé el coche allí mismo, y así como yo estaba, tomé un recipiente, las miré y me dije: – “Hay tantas… y me están llamando, y las sentí vivas, luminosas, que me miraban con ojos brillantes y sonrientes… brindándose dispuestas, a quien fuera que se acercara a ellas. Aprecié su gran variación de tonos rojos, más o menos intensos según fuera su grado de madurez.

Mis manos se tornaron más sensibles y apreciando su textura y resistencia al tironcito que daba para extraerlas, me pude dar cuenta que ese era el comienzo  de una verdadera relación entre iguales. A esta le decía: “A vos te saco”, a otra: “A vos te dejo”, y a otra: “Estás increíble, no me puedo resistir, a vos te como…”

Encontré también algunas ramas bien cargadas de su ofrenda, muy abrazadas, y no me era fácil soltarlas, parecían protegerse mutuamente. Comprendí que la Madre Tierra es quien les enseña a vivir, y las ayuda enviándoles un viento, como el de ayer, para que aprendan, igual que a nosotros, que no estamos solos, que entre dos o entre varios es más fácil y divertido, que todos pertenecemos a un gran organismo formado, en el caso de estas frambuesas, por esta plantación de solo dos hileras, y en el caso nuestro, a la humanidad. Tanto ellas, como nosotros tenemos una misión, brindar a los otros seres vivos, nuestros dones y capacidades… y allí empecé cada vez más a sentirlas como mis hermanas. Y vi que ellas también me tocaban, me acariciaban, se divertían despeinándome, y yo sonreía feliz, realmente feliz.

En ese tiempo, algo más de una hora, estuve absolutamente centrada en eso, en lo que estábamos viviendo, en lo que sentía, en lo que aprendía, y en la frescura y el exquisito sabor de las que me comía…