Varias veces me escuché diciéndole a una de mis hijas que encontraba muy grande la casa que se estaban construyendo ahora que los hijos ya se fueron, y quedaban ellos dos solos… Pero cuando ya se mudaron y me invitaron a visitarlos me retracté de todo lo dicho.

Había espacio, silencio, un buen gusto en las pocas cosas que amueblaban y decoraban el ambiente. Casi todo había sido reciclado o renovado de lo que ya tenían, o de lo que ellos mismos producían. Me quedé callada tratando de expresar en palabras lo que yo estaba sintiendo: “Quisiera conseguir esta limpieza, este espacio con pocas cosas, en mi casa de Bariloche”. En realidad es lo que siempre busqué, pero a través de los años terminé llenando y saturando los ambientes. Como últimamente mis prioridades han ido cambiando, decido en este momento que este será un “momento sagrado de decisión” y que aunque demore uno o varios años, me gustaría irme de este mundo habiendo aprendido a mantener mis espacios así como me gustan.

Nunca había escuchado siquiera hablar del Wabi-Sabi, pero justo en esa visita de la que hablo, invitaron a almorzar a quien proyectó esa casa, un hombre de mi edad,  que llegó con una botella de vino para acompañar la comida y un sobre con una fotocopia dentro para las dos señoras… y nos explicó que el artículo del Arquitecto japonés Tadao Ando, que él fotocopiara, trata de que el Wabi-Sabi, es mucho más que una tendencia estética, es una filosofía de vida, que aparece en el Japón en  el siglo XVI como contrapartida a la ostentación de la clase dominante japonesa.

Este término WabiiSabi se divide en dos y no tiene una traducción precisa ni siquiera en japonés. Wabi se refiere a la persona que es ella misma y nunca pretende ser otra. La raíz “wa” se relaciona con la armonía, la paz, la tranquilidad, y el equilibrio. Una persona wabi es sencilla, no materialista, humilde por elección y en sintonía con la naturaleza. Se contenta con muy poco, está libre de avaricia, indolencia, y enojo. Sería el estilo de vida del samurái que poco tenía, en cuanto a comodidades materiales.

Las cosas de Sabi llevan la carga de sus años con dignidad y gracia, la oxidación y el brillo extinguido de lo que alguna vez deslumbró. Por eso el Wabi-Sabi celebra las grietas, la marca del tiempo, el clima y el uso,  en los objetos. El verdadero Sabi no se puede adquirir pues es un regalo del tiempo, que actúa sobre  materiales naturales, perecederos, vulnerables a la intemperie. Y algo más: las cosas desgastadas adquieren su magia en lugares limpios, donde no se alberguen errores o suciedad, pues la limpieza implica respeto y cuidado, y para esto no hay reglas a cumplir.

Hay hogares en los que podemos reconocer esta filosofía, esta forma de ser y de pensar, donde una reunión de amigos puede transformarse en un acto de dar y compartir una comida, hecha para nutrir y no para presumir.

Necesitaremos “trabajarnos internamente”, ir paso a paso, para llegar a vivir de esta manera. Reducir y volver a reducir nuestras posesiones, dejándonos solo las necesarias por su utilidad, su belleza, y el recuerdo de quien las hizo con sus propias manos, el abuelo, el hijo, o el amigo. Un hogar Wabi-Sabi será el resultado de una vida de satisfacción ya despojados de todo lo superfluo, una vida modesta,  vivida momento a momento.

No basta con poner la intención, lo sé, he de tenerlo siempre presente, trasponer mis propios límites, mis bloqueos, mis creencias, y tenerme paciencia, una acción, dos, tres, ya van sumando, y ya llevo tres realizadas…  Sonrío, estoy en eso, suspiro, pero me tengo confianza. En la chacra donde cultivo mis verduras, mi vida es más sencillas, con menos cosas, más acorde conmigo misma que en Bariloche, donde acumulo libros y pertenencias. Invito a quienes sientan este mismo pedido interno que nos apoyemos mutuamente.