La vida tiene un maravilloso y casi inexpresable “Sentido”. Nosotros estamos buscando el “Sentido de la Vida” en todo lo que hacemos, sin darnos cuenta que sólo lo podríamos encontrar dentro de nosotros mismos. Lo que estamos queriendo en realidad es encontrar la felicidad a través de lo que hacemos, o sería más exacto decir que queremos escapar a esa sensación de vacío y pobreza interior que nos asusta y al espectro de la muerte, que nos sigue todo el tiempo.

Esta misma confusión mental que nos domina, nos lleva a plantearnos muchos interrogantes, entre ellos: ¿No es una pérdida de tiempo la observación interna, ante tantos problemas de orden social y económico que tiene la vida?; ¿no es natural buscar seguridad?; ¿podrá alguna vez ser superado el miedo a la muerte?; ¿no es que siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de los grandes maestros,  llegaremos a ser mejores personas?…

Lo que nos está pasando es que todos estos interrogantes son solo especulaciones intelectuales y que la actual mente humana está equivocándose en lo que quiere y busca sin cesar. Si decididamente nos observáramos con atención, comprenderíamos que tenemos la posibilidad de traspasar y trascender esta engañosa confusión mental. Lo que nos pasa es que no tenemos conciencia de nuestro estado, ni siquiera comprendemos lo que es un “estado de conciencia”.

No obstante, podríamos llegar a verlo y comprenderlo si ese fuera nuestro real y auténtico deseo, y eso nos bastaría para despertar a la realidad en la que vivimos. Ya que esta confusión mental es la fuente y el origen del grave estado de cosas que conocemos en el orden individual, social, y mundial. Necesitamos esta persistente y honesta intención para poder estar atentos al movimiento de nuestro pensar y sentir en el diario vivir.

Nos podremos descubrir mentirosos, hipócritas, deseosos de más sensaciones y placeres, orgullosos, etc. al ver nuestras pasiones, deseos, miedos, vanidad y egocentrismo en todas sus formas y colores. Podremos darnos cuenta también que cuando tenemos real interés por algo, nuestro constante parloteo mental se detiene, y entra en juego nuestra facultad de lucidez y percepción instantánea, y también podemos ver que en la mera reacción no hay nada de  inteligencia, sino inconsciencia y automatismo.

En esa desprejuiciada y serena observación, podemos percibir que en tanto no veamos, las sutiles motivaciones de nuestros pensamientos y actos no podremos tener verdadera responsabilidad de lo que digamos y hagamos. Ahora podría yo contar acá, algo de lo que me di cuenta al observarme en un largo silencio. Un amigo me había hecho una observación respecto a mi conducta, y a mí eso me molestó, pero yo se lo agradecí como dicen  los buenos modales… No fui honesta ni conmigo, ni con él. ¿Y cuál hubiera sido una forma de proceder con honestidad? En este momento pienso que tendría que haber expresado mi sentir: – “No me gusta que te ocupes de mi conducta, pues no eres mi papá, y dado que ya los dos somos adultos, sería buena cosa que cada uno se ocupe de su propia conducta”.