Toda la tecnología que ha estado haciendo la especie humana, durante tantos años está transformando la tierra y a nosotros los humanos. Esta especie aprendió a sobrevivir luchando con otras especies, y aprendió a reproducirse, fue desarrollando una mente tecnológica, básicamente predadora, que con el transcurso del tiempo se hizo más y más controladora y compleja. En este millón de años, desde que aparecimos en la tierra, sólo muy pocos, poquísimos seres humanos indagaron sobre la potencialidad de esta especie y cómo fuimos evolucionando. Somos una especie que generó muchas luchas, y  guerras, llegando a destruirse entre ellos y con peligro de destruir la vida en el planeta. Tecnológicamente son asombrosos nuestros progresos, pero nuestros conflictos psicológicos son siempre los mismos. El cerebro humano se ha hiper-desarrollado tecnológicamente pero psicológicamente es inmaduro.

Eso significa que no tenemos capacidad de vincularnos de forma correcta entre nosotros, ni con las diferentes tradiciones, ni con las otras especies del planeta. “Estamos en conflicto permanente”; sin darnos cuenta de que la tierra no soporta más conflictos. Nos pasa que la mente tecnológica separa algo de su contexto para construir con él un objeto, y a su vez se separa de lo que construye. Cuando nace un hijo, algo tan tierno y delicado, al decir “mi hijo” ya lo veo como algo separado a mí, y luego construyo cómo quiero que sea ese hijo, tal como si fuera un objeto. Así perceptivamente siempre somos un sujeto que está frente a un objeto. Ya el lenguaje que usamos lo muestra. No es algo moral, no es ni bueno ni malo, es algo instintivo, la mente se “apropia de lo que percibe porque desea moldearlo, controlarlo”. Lo que nos pasa es que la mente tecnológica aplicada a los vínculos, es la que produce el desequilibrio. Desde el principio de los tiempos, lo que llamamos educación de nuestros hijos, en realidad, es “moldear al hijo”, de acuerdo a como la sociedad de ese momento, decía que hay que educar.

Lo vincular que por naturaleza es una trama, es algo inabordable para la mente que percibe y transforma objetos, no puede percibir una trama que es algo mucho más complejo. Una mente controladora es egoísta por su propia naturaleza, pues tiene que defender eso que está controlando. Para poder percibir una trama, yo tengo que tener espacio, pues si estoy en medio de conflictos y peleas no tengo suficiente, “espacio abierto” para darme cuenta de lo que está pasando entre nosotros, en toda su complejidad. Podemos suponer que a través de los tiempos, vivieron algunas pocas personas que se dieron ese espacio para percibir como funciona una mente compleja sin intervenir inmediatamente a moldearla así como creían que funcionaría mejor; y sin verse obligados a que la información que reciben  tenga que ser coherente con lo que creen ser, con “su Identidad”, sino que están dispuestos a que la información los transforme, los convierta en otra cosa. Todos a nuestra identidad la queremos conservar así, tal cual es, pues es mi historia, es quien yo soy. Y lo mismo pasa con las identidades grupales.

Hoy en día ya tenemos una cantidad de cerebros humanos que perciben de una manera no controladora, o trabajan internamente para ayudar a su cerebro a  cambiar. Pero nos pasa que eso que creemos ser, “el Yo”, el “Ego”, hace enormes esfuerzos para no ser transformado por lo que ocurre. Psicológicamente nos asusta estar frente a algo que nos revele que somos diferentes a lo que creíamos ser. Si se encuentran dos identidades que no quieren cambiar, ambas lucharán, cada una tratando de dominar a la otra, para que sea así “como ella siente que tiene que ser”. Si esto sucede entre padres e hijos, entre amantes, ¡cómo no va a suceder entre naciones! Cuando hay amor las dos identidades cambian. ¿A qué podemos llamar “amor”? A privilegiar el vínculo sobre la preservación de las dos identidades. Eso es amor y eso es creativo. Podemos preguntarnos: ¿Serán nuestros genes los egoístas, o es este tipo de inteligencia controladora la egoísta? Nos sentimos los seres más desarrollados del planeta, el centro de la tierra, porque pudimos desarrollar una fabulosa tecnología, pero no estamos pudiendo relacionarnos con la vida misma, porque a todo lo que se mueve lo transformamos en “objetos”.

Muchos sienten que “la evolución de la vida, es una inteligencia”, pero menos inteligente que los mismos humanos, y esto es un gran sin sentido. “La vida es una gran inteligencia” una verdadera trama y nosotros tendríamos que llegar a sentir que pertenecemos a ella, pero sólo muy pocos seres están permitiendo que la vida los transforme. Si nosotros no nos separáramos de la vida llegaríamos a comprender que pertenecemos a ella, que la vida nos contiene, y aunque no comprendamos aún lo maravillosa y creativa que la vida es, no nos pondríamos como el centro de la existencia. Es muy interesante escuchar las diferencias entre lo que nos dice la ciencia y lo que nos dice la religión. La ciencia dice: Hay una inteligencia maravillosa, y misteriosa, que es la evolución, a la que la llama: “ciega”. La religión nos dice que Dios que es todopoderoso, nos creó a su imagen y semejanza y nos puso en el centro como su criatura predilecta. ¿Cómo nos creó? De la misma manera que lo haríamos nosotros: juntando partes que están separadas. Concebimos a nuestro Dios,  con nuestra mente egocéntrica, como si fuera un humano todopoderoso.

Lo que no logramos es darnos cuenta que la “Inteligencia Humana” es una variante de la “Inteligencia de la Tierra”, la que es más compleja que la nuestra. Aceptado esto, podríamos preguntarnos: ¿Cómo podríamos  vincularnos con una Inteligencia infinitamente más compleja que la nuestra? ¿Hay algo que podamos hacer para que esta especie, que fue predadora en sus comienzos, desarrolle una Inteligencia que sea vinculante? Entre las especies habitando la tierra hay dos grandes Inteligencias ambas con una interesante organización colectiva: la de las hormigas, que es predadora, y la de las abejas, que por su propia naturaleza es benefactora pues establece alianzas con el ecosistema al que pertenece, con las plantas y con el hombre. Son dos modos de sobrevivir, el primero es destruyendo, el segundo es vinculándose, (mediante alianzas). Preguntémonos: ¿nosotros, los humanos a quién nos parecemos? Nos contestamos: Hoy somos hormigas pero tenemos el potencial de ser abejas.

Nuestras creencias, basadas en la historia vivida, sobre quiénes somos los humanos están planteadas desde una mente tecnológica acostumbrada a separarse para ver todo desde afuera, como externo a ella y poder modelarla. No concibe que pueda haber un modo de estar entramado, que nos permita sobrevivir sin separarnos y sin luchar. Que uno pueda alimentarse, reproducirse, y relacionarse con otros despertando esa inteligencia, que ya está en nosotros, que es a la vez vinculante, que no compite ni lucha, y es sumamente creativa. Hay niveles y momentos de vida que son naturalmente competitivos, y otros que son naturalmente vinculantes. Eso es lo complejo de nuestra mente. La mente tecnológica es binaria por naturaleza: si una cosa es cierta, la contraria es falsa. No puede convivir con estas dos realidades, tiene que separar y elegir. Cuando podemos sostener la tensión interna que estas dos realidades provocan en nosotros, aparece la “Inteligencia Vincular” que transforma todo lo que ocurre en otra cosa. Nuestro cerebro es un órgano que procesa información contradictoria. Tenemos dos ojos que ven cosas diferentes el uno del otro, (ej. el juego del pin-pon, un tuerto no puede jugarlo), el cerebro las procesa y gracias a eso podemos captar la profundidad. En esa tensión soportada por el cerebro para combinar las dos informaciones contradictorias, se abre una nueva dimensión.

Cuando desarrollamos la capacidad de contener informaciones contrarias sin que una le gane a la otra, en ese contexto puede aparecer esa dimensión en que las dos informaciones contrarias son válidas. En un vínculo siempre aparecen informaciones contradictorias, y lo que tendemos a hacer es “negociar o dominar”. Si probamos de no hacer ni lo uno ni lo otro,  veremos que aparece otra dimensión en el vínculo, y que siendo diferentes nos encontramos. No es que nos adaptamos, puesto que “adaptarse” está en una dimensión más pequeña que “encontrarnos”. La inteligencia vincular implica un distinto funcionamiento del sistema nervioso y en estos tiempos se está despertando esta novedad en la humanidad. Nosotros somos parte de la Tierra, y la Tierra necesita que dejemos de ser predadores, porque destruyendo somos demasiado poderosos. No parece lógico suponer que la Inteligencia de la Tierra le haya dado tanto poder a una especie predadora, nos debe estar permitiendo esta estadía para otra cosa muy diferente. Nuestro cerebro tiene mucho más potencial, aún no desarrollado, que es un potencial vinculante.

Como nos interesa todo esto de la Inteligencia Vincular, nuestra tendencia automática será decir “yo quiero eso” y ya la hemos convertido en un objeto. La única manera de que la Inteligencia Vincular se abra en nosotros es que seamos muy sinceros investigando y reconociendo, nuestros modos de percibir la realidad y nuestras maneras de vincularnos. Nos espera un período que será muy largo y doloroso pues esto ya se ha hecho instintivo en nosotros. Lo que ha hecho nuestro cerebro hasta ahora, es engañarse a sí mismo, siendo a la vez  controlador e idealista, como si tuviera dos perillas. Para que surja un encuentro todo vínculo humano tendrá que pasar por la necesidad de un desencuentro. Investigando, en ese mismo  momento, el porqué nos cuesta tanto abrirnos y dejarnos trasformar por esta relación. Y esto es lo que duele: verme con miedo y tan inseguro al no poder controlar esto. Está en nuestra estructura mental tecnológica ya saber la forma que tiene que tener el vínculo, entre esposos, hermanos, amigos, etc. Saber lo que deseo construir. Todo esto es lo que pacientemente tendremos que desarmar, pues “es imposible saber la forma que tomará un encuentro”.

Como no puedo saber qué forma tiene que tener el encuentro, “Cada  encuentro traerá su forma que nos transforma”. Esto ya ocurre pero con sufrimiento de todas las partes. Actualmente hay una transformación continua de la familia, y sufrimos al no saber a dónde nos llevará este cambio continuo. “Como especie somos una especie controladora, destinada a ser creativa”. El que quiere mantener las formas es el ego, él es el controlador. El Ser, está abierto a tener encuentros con sus seres cercanos y sin necesidad de sufrir. Encuentros que cada vez seguirán transformándose. El universo es exuberante en información, cada uno recorta una parte a la que pueda darle coherencia, y la información registrada determina la realidad en la que vivimos. Nuestra capacidad de registro de información es lo que llamamos “sensibilidad”; a mayor sensibilidad, mayor registro y mayor será la necesidad de aceptar una “menor coherencia interna” aceptar algo que voy a experimentar como desorganización, en relación a mi pasado, a mi identidad. Sufrimos pues seguimos aferrados a conservar la identidad. Queremos conservar la historia de lo que fuimos. “Cada vez que uno se aferra a su identidad, está renunciando al encuentro”. Es o una cosa o la otra.

En nuestra vida pasamos varios procesos o etapas de crecimiento. Es como si la vida nos protegiera dentro de sucesivas burbujas, que deberemos romper, con cierto sufrimiento, para volver a nacer a la próxima etapa que ya es más compleja y nos brinda otro tipo de información. De feto pasamos a bebé, niño, adolescente, adulto, nueva familia, persona mayor, anciano, etc.  ¿Podremos considerar al ego también como una etapa de nuestro crecimiento, una etapa de la organización de nuestro psiquismo y no como su centro, como se lo considera actualmente? Si realmente anhelamos el encuentro, y eso ocurre cuando amamos, allí el yo nos resulta un obstáculo. Cuando el anhelo del encuentro es más intenso que el deseo de preservar la identidad, allí se produce el salto. Ocurre el encuentro y eso duele; si hubo encuentro, nos tiene que doler. Eugenio Carutti nos dice que “un sistema nervioso maduro” es aquel que ha atravesado por distintas etapas de desorganización. Que más allá del yo no es cosa solo para un gurú o iluminado. Ya hay mucha gente en este planeta que están traspasando el yo, y eso es algo que está propuesto para todos.