Luego de apreciar su belleza y fragilidad, puede que sintamos melancolía por la efímera existencia de la mariposa. Debería consolarnos la certeza de su largo y metódico proceso de mutación.

Mientras que nosotros transitamos con temor la línea hacia la finitud, oscilando entre la aceleración y la inmovilidad, la mariposa consuma su transformación para no vivir nunca más en el tiempo, porque ya lo ha trascendido en la manifestación plena de su esencia. Es entonces cuando un solo día será la eternidad y cada minuto “presente infinito”.

Qué sentiríamos si fuéramos mariposa. Al vivir en presente infinito la memoria como tal con su noción de pasado desaparece; cuando el corazón lo transforma en recuerdo* ya no es la memoria un atributo de la mente. Entonces más que rememorar sentimos, actualizamos vivencias en el presente, el instante será la dimensión de la sabiduría. *Re-cuerdo: Del latín “recordari “, re (de nuevo) cordis (corazón).

En el presente continuo las coordenadas son la intensidad y la profundidad, esto le da un sentido trascendente a lo vivido. Haber podido transitar las circunstancias con elevación es el resultado, la transformación.

Cuando se logra superar la melancolía y la añoranza, el dolor o la queja, trascendiendo el miedo y el conflicto, se ingresa en esa dimensión de atemporalidad cuya cualidad más sensible es la intensidad del momento presente.

En la vida como en los sueños, aunque creímos haber soñado por lago tiempo, fueron apenas segundos. Así como la consciencia onírica carece de tiempo lineal, hoy nuestra historia no es lo que nos pasó, sino lo que aprendimos o comprendimos de lo vivido. Fue el relato mental el que ordenó los hechos dándole esa apariencia temporal. Y será la palabra la que le aporte un significado. Pero hay acaso otro sentido que no es literario, aunque si poético, que con su métrica rítmica entre sonidos y silencios elude el tiempo cronológico, donde sus imágenes no transcurren sino que ocurren todas a la vez, en infinitas y diversas capas de profundidad e intención. Donde todo acto se proyecta en un único y mismo punto, el vacío. Es la rima perfecta del presente infinito.

Para llegar a ese punto el observador (nuestro testigo atemporal) debe permanecer en quietud, en contemplación, consciente de que el Todo, del que él mismo forma parte, está en movimiento, con su ritmo y vibración, en acción, en verbo.

Como en la consumación de la mariposa la esencia del Ser se manifiesta en la quietud, en la calma interior que trasciende el dolor y el miedo porque ya ha comprendido el sentido en la Totalidad. Ahora esa quietud interna se alinea con la vibración universal, por momentos batiendo sus alas como palmas abiertas y curiosas, es su temblor esencial. Como todo temblor, será la primera manifestación de lo que está por emerger, un contenido que se vacía para fundirse y vibrar expandiéndose fuera del tiempo, con su propio ritmo y voz. Ese temblor primigenio del bebé que nació del vacío al tiempo, es por fin la vibración de quien dejó de temer, porque nada podrá ocurrir que ya no hayamos vivido o contemplado.

Sabemos que la memoria es selectiva, que se reconoce por zonas, que a veces acepta y otras niega. Pero en el instante infinito no hay zonas, el pasado y el futuro se fusionan en el siempre. En ese presente todo es consciente y nada se teme.  

Colaboración de Gerardo Pereiro