Todas mis vivencias resultan últimamente tremendos desafíos para mí, por eso las llamo “Odiseas”. Seguramente mucho de lo que cuente acá a la mayoría les causará risa. Por ejemplo: porque muchas veces no sé donde dejo algo pongo muchísima atención en dejar cada cosa en su lugar.  Recién nomás volvía caminando hacia mi casita y me sorprendo pues el coche está fuera de la cochera, comprendo que Andrés, mi ayudante, comenzó a sacar las ramas de arriba del techo y para prever posibles daños lo corrió unos metros para atrás.

Más sorpresas me llevo aún pues tal como una verdadera topadora Andrés había conseguido sacar toda la gran ramazón y toda la basura no como yo pensaba que sería en dos o tres días sino en dos o tres horas. Ahora yo pudía ver nuevamente las chapas del techo. En ese momento Andrés, estaba separando la leña aprovechable de la demasiada fina. Entonces muy feliz entré a mi casa y me puse a adelantar algo de la comida.

Luego fui hacia el escritorio, preparé mi computadora, y me di  cuenta que la llave del coche con su cordón rojo para hacerla bien visible, no estaba en su lugar. La busqué y la busqué y llegué a desesperarme pues la llave no aparecía y a las cuatro de la tarde tendríamos que estar saliendo. La busqué en todos los bolsillos posibles, recorrí todas las piezas que no son muchas. ¡La llave había desaparecido! Como me sentía ya cansada, por no encontrarla, para tranquilizarme, es que me fui nuevamente a cocinar y justo en el momento en que decidía pedirle a Andrés que me ayude a buscarla, me di cuenta que cuando el corrió el coche la dejo allí. Entonces ahora yo me río junto con todos Uds.

Pero las odiseas prosiguen, ahora los buscadores de cosas olvidadas somos dos: yo y Andrés. Y seguramente a vos querido amigo que me lees también te debe haber pasado algo similar. Yo olvidé mi teléfono y como siempre estaba muy pendiente de la hora. Quería llegar a tiempo al dentista pues iba sin  turno y él se retira a las 17 horas. Andrés iba al banco a sacar dinero para mí, pero olvidó de traer su tarjeta. Quería volver a buscarla pero lo del dentista era lo más importante, así que le dije que me arreglaría sin el dinero, y así fue. Al dentista yo iba porque quería poder masticar mi comida.

Eso de masticar mi comida no es un chiste, tuve problema con mis dientes desde niña y en este momento en mi boca solo queda un implante con un solo diente que pretende sostener todo el resto. Larga historia que no vale la pena contarla. La cuestión que mi actual dentista, acá en Bolsón, salvó las dos prótesis que yo tenía, y junto con el protesista las rebosó para adaptarlas al momento actual. Ahora me permite ir tantas veces como me aparezcan molestias para retocarlas y pulirlas. Ya creo haber ido unas seis veces sin turno, junto al paciente Andrés que me lleva y me trae. Esta la considero otra verdadera odisea para todos los que estamos involucrados.