No lo programé, se fue dando y fue ! tanto !, que aún ahora sigue sorprendiéndome…

Llegó un mail de mi amiga Margarita (a quien había invitado repetidas veces para que conociera “mi paraíso”, pero su situación familiar no le permitía viajar) En ese correo me preguntaba si entre el 12 y el 15 de setiembre me quedaría bien que ella viniera pues en esa fecha la podrían suplantar. Ella no sabía que el día 12 era mi cumpleaños, así que le respondí que llegaría como el mejor y más inesperado regalo.

En esos días, justamente, también otra amiga y vecina me había preguntado: ¿Qué harás para tu cumple? Le había respondido sonriendo: “Nada, porque igual voy a cumplir”. Eso originó otra pregunta en mí: ¿A mí que me gustaría? No dudé para responderme: – “Ver a la familia, y a mis más amigos, de a uno o de a dos, para que pueda darse una relación más íntima. No disfruto de las reuniones de muchos donde todos se enciman para hablar… Con los amigos de El Bolsón me gustaría tener el jueves un satsang, a la canasta, donde podrían también conocerse y compartir con Margarita. Esto podría ser… Allí detecté como una alegría muy interna iba avanzando desde profundos lugares… Me activé y envié SMS a dos de mis hijos para que vengan a almorzar conmigo el miércoles…

Días anteriores me había llamado una de mis amigas de El Bolsón porque estaba con lumbago y quería que la ayude con terapia Marma… le dije, que viniera ese mismo sábado, y allí acordamos lo del satsang para el jueves… Ella se ocuparía de avisar a algunos y yo a otros. Podríamos ser 7 en total. Buen número me dije sorprendida, y lo percibí como organizado desde otros niveles, nosotras sólo éramos las herramientas facilitadoras.

El mismo 12 bien temprano, fui al gimnasio, y al despedirme de la instructora, ella me abrazó y felicitó, anunciando en voz alta: ¡”acá hay una cumpleañera”! y desde todos los rincones me llegaron felicitaciones, sonrisas y besos soplados. Todo eso me inhibió un poco, pero más alegría continuaba esparciéndose en mí con sus brillitos de colores.

Más tarde, estando en casa, vinieron a saludarme una pareja de amigos, (amigos desde hace 50 años), con quienes, té de por medio, compartimos felices nuestras novedades durante más de una hora.

Ese mismo día almorcé con una de mis hijas. Fue algo simple, placentero, apreciando sabores, compartiendo vivencias. Quedamos contentas, sin más pretensiones.

En mi grupo de yoga alguien recordó que ese miércoles era mi cumpleaños, lo comunicó al grupo y todas me esperaron con los brazos abiertos. Recibí muchos abrazos y besos no esperados.

Al recibir a Margarita comenzó algo inédito en mi vida: desaparecieron todas mis obligaciones, me sentí en vacaciones, abierta a lo que sea que fuera sucediendo.

Más tarde fueron llegando a saludarme, hijo, nueras, nieta, y entre todos compartimos interesantes charlas. Por momentos fuimos cuatro, y en otros cinco, todos escuchando interesados al que hablaba, y degustando algunas cosillas que yo había  preparado.

El jueves, ya en la chacra, luego de contarnos nuestras vidas, de mostrarle jardines, quinta, casa, y todas nuestras creaciones artísticas, llegaron los meditadores, hicimos nuestra práctica, y luego la cena, y se nos escurrió ese día  “más que pleno”. Me sorprendió lo divertida y rica que estuvo la comida, dado que no acordamos previamente qué es lo que cada uno traería… Pude vernos a todos “comer y reír a mandíbula batiente”. Hasta tuve una visita tardía, anunciada como sorpresa, pero que no llegaba… Apareció como a las 21 hs, después de haberse perdido en el camino, y trajo más abrazos,  más alegría, y más risas al escuchar todo lo que le fue pasando.

El viernes seguimos de festejos, sólo yo y Margarita. Decidimos regalarnos mutuamente una terapia Marma, ella me la haría a mí a la mañana y yo a ella a la tarde. Necesitábamos hacerla estando descansadas y con el estómago vacío. Acomodamos todo para que así ocurriera, y fue un lujo total. El almuerzo lo hicimos tipo pic-nic, a la orilla del río, con un clima increíblemente soleado, sin viento, y con agua super transparente. La subida costó un poco, así que casi no conversamos. Al llegar a la casa, yo decidí descansar acostada en la hamaca de la terraza y luego la invité a ella a que conociera ese deleite. Allí fue cuando descubrí que por primera vez en mi vida, había olvidado todas “mis auto-impuestas obligaciones”, me sentía de vacaciones, y quería descansar y disfrutar al máximo con ese descanso.

Temprano estuvimos las dos en la cama, dormimos como reinas, hicimos nuestras prácticas, desayunamos y conseguimos salir a horario para, de un solo tirón, llegar al aeropuerto de Bariloche sin apuros, muy contentas y agradecidas con todo lo vivido.

¿Y qué rescato como lo esencial de todo esto?

«Si valoras y atesoras lo positivo de cada momento, empezarás a envolverte, o a irradiar, una energía que atraerá más y más felicidad a tu vida…»