No sé si las relaciones conflictivas predominan solo en esta época, o si lo fue siempre. Me da la impresión de que antes, mucho antes, la gente aceptaba más lo que era, tal como era, ahora el “homo sapiens” es mucho más mental, más tecnológico y controlador y quiere intervenir en todo para que todo funcione “bien”, incluso en las relaciones familiares.

No conozco ningún padre que no quiera que sus hijos sean felices, y que no haga todo lo posible para que se transformen en adultos responsables, trabajadores, buenas personas, que sepan ganarse la vida y que sean felices. Y sí, conozco muchos hijos que cuestionan el accionar de sus padres, y que muchas veces los culpan de sus sufrimientos… Pareciera que es el tema por el que más personas consultan a terapeutas, miran hacia su interior, están frustrados, esta no es la vida que quieren vivir, y buscan los culpables…

Más de un padre entonces empieza a cuestionarse cómo educó a sus hijos, y al revisar su propia vida, encuentra notorias etapas diferentes (de conocimiento, accionar, y libertad), que hicieron que con cada hijo, que a su vez era de un material tan diferente entre sus manos, todo fuera bien distinto. Lo más importante, el amor, la dedicación, y el interés eso en mí, y supongo que en todo padre por lo que veo, siempre estuvo… y sigue estando.

Los hijos han de tener su propio dolor y sus tristezas, uno no puede evitarlo ni puede recorrer su camino por ellos. Cada ser humano tendrá que plantear sus propias preguntas y encontrar sus propias respuestas, que a su vez irán cambiando con el transcurso del tiempo. Cada uno ha de aprender a vivir en la incertidumbre, y aceptar que todos seguiremos cometiendo errores, y desde allí aprendiendo nuestras propias lecciones. Si realmente queremos estar en paz, tendremos que confiar en el camino de sanación que se nos va revelando paso a paso. Uno no puede sanar a otros, pero sí puede estar presente cuando está con ellos, compartiendo la propia estabilidad, la cordura, la paz, e incluso  los propios puntos de vista.

Desde tradiciones antiquísimas se nos enseña que “Solo puede ser siempre feliz quien pueda ser feliz con todo”, (quien pueda decir “Sí a la vida, a sí mismo y a los otros, así como todo vaya pudiendo ser.) Para poder amar a otros tengo que amarme a mí mismo, y para que ocurra esto he de restaurar el amor, la honra y el respeto a mis padres, y también curar las heridas paternas, si las hay, pues ellas obstaculizan la plenitud en la propia vida.

Los hijos todos, tenemos interiorizados a nuestros padres, los tomamos de modelos, y sólo cuando somos capaces de amarlos, y honrarlos, podremos sentir eso mismo hacia nosotros. Lo que amamos nos hace libres, lo que rechazamos nos encadena…

De nuestros padres, en principio hemos recibido el gran regalo de la vida y hemos tenido con ellos experiencias de todo tipo, (las agradables y las desagradables), y todo eso nos ha ido marcado de diferentes maneras. ¿Y qué podemos hacer con todas esas marcas? Nos interesa rever sobre todo las de la primera infancia cuando éramos más dependientes y vulnerables, sin olvidar que también nos influye el pasado de nuestros padres, su historia, y también las vivencias (de carencia , o abundancia) de nuestros antepasados.

No hemos creado el dolor de nuestros hijos, ni somos responsables de su felicidad, como ellos tampoco lo son de la nuestra. No hemos de sentirnos culpables aun cuando hayamos dejado de hacer o de decir algunas cosas. Podemos lamentar nuestra ignorancia, pero no podemos borrar o cambiar lo que ya pasó, y menos aún controlar lo que pasará en un futuro. Lo que sí podemos hacer es reunirnos con ellos aquí y ahora, en este presente, único lugar de vida plena, y disfrutar del reencuentro. Pero ¿Cómo recuperar ese movimiento amoroso, natural y espontáneo que sentía el niño hacia sus padres?

Hay personas que carecen del coraje y la humildad para aceptar sus circunstancias y a sus padres tal como son. Se sienten víctimas,  se resienten y sufren ante lo que fue su percepción de los hechos vividos. Quedan frustrados y esperan que alguna próxima relación, (de pareja, de amigos o de hijos), llene ese vacío interno que en cierto momento no pudieron llenar. Les cuesta comprender que cuando hay un «error de percepción», será necesario re-enfocar su mirada sobre lo sucedido, hacerla más clara y más abierta a los “misteriosos propósitos del Universo”. No han sabido cómo manejar sus turbulentas emociones, no han podido decirse: «para algo esto ocurre así». Se han acorazado, inventándose un mundo muy defendido, más soportable, que les permita seguir viviendo sin sentimientos.

Lo que cura es abrazar en nuestro corazón a nuestros padres, (y no tanto el ser abrazados por ellos), aun cuando ya no estén con vida. Lo esencial es que en ese abrazo, abracemos a los demás, a la vida toda,  así tal cual es, a los hechos y a nosotros mismos.

Todos los padres, esperan y se engrandecen con el reconocimiento que reciben de sus hijos, y muchos hijos, al ir recorriendo su trayecto de vida, con todo lo bueno y no tan bueno que se va presentando, al volver la mirada para atrás, se encuentran con la de sus padres, dándose cuenta que todos sus logros eran producto de lo recibido de ellos y que con los propios éxitos los están honrando…

Todo tiene su momento en el vivir, una mitad de la vida es para subir la montaña y gritar “!Existo!” y la otra mitad es para el descenso hacia la luminosa nada, donde todo es desprenderse, alegrarse, y celebrar. «La vida tiene sus asuntos y sus ritmos sin dejar de ser el sueño que soñamos».  (Joan Garriga)