Para poder amar a otros primero hemos de darnos amor a nosotros mismos. Para darnos amor a nosotros mismos será necesario expresarnos ese amor, (el reconocimiento, la auto estima, la valoración), y para poder expresarlo, hemos de practicar.

Soltemos todos los juicios negativos, (sobre nosotros y sobre otros) y aceptemos a nuestro niño interior necesitado de ese contacto humano amoroso que padres y personas cercanas no supieron darnos, o que quizás nos resultó insuficiente.  Hemos de aceptar este hambre del corazón, aceptar que nos duele… Sabemos que quienes nos educaron querían nuestra felicidad, siguieron sus creencias, los mandatos sociales, y olvidaron mirar quién era este delicado ser que tenían en sus manos para acompañarlo en su crecimiento. Con la mejor intención nos modelaron, nos dañaron, nos hirieron. Ante todo, he de aceptar lo que siento, porque ¡esto es un hecho!

A partir de allí, necesitaré comprender, o recordar, por haberlo ya vivido en esos momentos que nombro como “de plenitud”, que la felicidad, el amor, el reconocimiento, y la valoración, que busco afuera, provienen en realidad, de mi interior, de mi propio Ser. El ego busca afuera, busca merecimiento y aplausos por lo que hace, por lo que consigue, por lo que tiene. Pero es la vivencia del Ser, cuando hay atención plena al momento presente, cuando ocurre esa armonización de todos los niveles energéticos, (físico, mental-emocional, y espiritual) que se produce esa felicidad que rebalsa por todos los poros de la piel. Recién allí puedo darme cuenta que el llenarme de amor depende de cómo decida vivir mi vida.

Para poder decidir algo, necesito haber ya mirado hacia adentro, haberme contactado con mi verdadero Ser, saber con claridad cuáles son mis dones o potencial, mis prioridades, el sentido que le doy a mi vida, allí recién podré decidir y responsabilizarme de lo que quiero para mi vida, sabiendo que eso va a ir cambiando en cada una de mis etapas evolutivas.

Poder llevarlo a la práctica, hacerlo realidad, es otra cosa. Nada fácil, y en esto estamos todos de acuerdo. Eso se aprende ¡Practicando! como tantas cosas que ya hemos aprendido en la vida. Voluntad, persistencia, paciencia, y un ego firme, ayudarán mucho.

Haber desarrollado un ego firme, que se pone al servicio del Ser, es algo que debemos agradecernos y agradecerle… ¿Alguna vez te has preguntado cómo es tu relación con tu ego? Para poder contestarte esto, has de ver con quien, en general, te sientes identificado: ¿Con tu ego o con tu Verdadero Ser? Eso también fluctúa dependiendo de las circunstancias que estemos viviendo. Cuando nos sentimos inseguros, o temerosos, tendemos a querer controlar las vidas y el accionar de otros. Los juzgamos, les queremos enseñar cómo son o se hacen las cosas, todo según un sistema fijo de creencias, de “lo que se debe hacer”, que vaya a saber desde cuando tenemos instalado, y al que yo llamo “El Protocolo”.

Para poder soltar el control necesito desarrollar la confianza. Al tener más momentos de contacto conmigo mismo, al meditar, cuando simplemente me permito parar, descansar de la acción, y reflexiono sobre el sentido de la vida que quiero, sobre todo lo que la vida me ha ido otorgando, sobre las “sincronías” que van ocurriendo, me doy cuenta que todas las situaciones que se nos presentan, han sido diseñadas para facilitar nuestra evolución. Al sentirme así cuidada, amada, el temor desaparece, y la confianza se va desarrollando.

Si es algo a lo que me resisto, algo que nunca hubiera elegido vivir, al verlo tiempo después, al ver todo el aprendizaje que eso me trajo, empiezo a maravillarme. En vez de centrarme en lo que llamo “mi problema”, empiezo a preguntarme ¿cómo es que funciona todo esto?, y más y más preguntas, traen más y más sabiduría, confianza y entrega a ese Poder Inmensurable, del que todos somos una chispita, tal como un granito de arena es parte del inmenso desierto, la gota es parte de la ola, y ésta es parte del océano.