Nosotros somos los responsables de lo que decimos, de lo que callamos, y de cómo decimos eso que decidimos decir. Cada vez que estoy por hablar hay un interesante mundo interior en movimiento que es importante que lo veamos y estudiemos. Y dado que a todos nos gusta ser valorados por nuestros seres queridos, familiares y amigos, necesitamos aprender a halagar.

El halago es la expresión con palabras de los sentimientos positivos que tengo por el otro, viene del corazón, no de la cabeza. Yo en especial he callado mucho mi sentir, por timidez, y ahora que me doy cuenta, es que estoy practicando el expresarlos. Y, ¿Cómo lo estoy practicando? Cuando sé que me voy a encontrar con alguien a quien valoro, pienso en cómo podría expresarle este sentir mío, porque estimo que así  le daré una gran  alegría.

Hoy, en unas dos horas, me vendrá a buscar una amiga que me dijo que quería invitarme para un viaje de tres días, algo que a las dos nos hará muy bien. Le estoy muy agradecida y quiero halagarla diciéndole mi verdadero sentir: “Te considero una muy buena amiga, que no te olvidas de las necesidades de quiénes son tus seres queridos, que me preguntas cómo estoy, que escuchas atentamente cuando te cuento lo que significa haber vendido mi coche y no poder manejar más, y que no bien puedes me invitas a mí. Te agradezco y espero poder retribuirte de alguna manera.”

Todos tenemos derecho a no ser otros; seamos auténticos, únicos, valientes y dispuestos a transitar por caminos saturados de caricias y de aventuras. No esperemos una buena y apacible vida, porque eso no existe. Tampoco demos vueltas en círculos, pues no nos llevan a ningún lado. Exploremos lo que deseamos y podemos y construyamos nuestra propia vida. Categoricemos y reorganicemos nuestras expectativas y los pasos que daremos para que estos sean concretos y posibles. No somos infinitos, mañana puede ya ser tarde.