Verme a mí misma significa conocerme, haber estado atenta a lo que pienso, a lo que siento y a la guía de mi Alma, o sea a mi cuerpo, porque el cuerpo es el vocero del alma. Poder escuchar y comprender cada vez el mensaje que nos está llegando es un verdadero trabajo interior, es haber despertado la intuición, algo que quizás empieza a pasar después de varios años de dedicación, con esmero y disciplina.

A veces tenemos un concepto de nuestros comportamientos y de lo que somos que no tienen nada que ver con la realidad, esos conceptos, ya sean positivos o negativos, agrandados, o disminuidos, son generados por la mente inconsciente, donde tenemos guardadas todas las creencias generadas desde la infancia. Veamos algunos ejemplos: – “Yo quisiera tener una vida de pura celebración, y alegrías, despertar cada mañana feliz por tener un nuevo día, una hoja totalmente en blanco para escribir lo que quiera”

Lo intento, pero no me resulta nada fácil, pues muchas veces cuando despierto y programo el orden de las actividades diarias ya noto un dejo de preocupación, que me nubla la alegría, y se debe a la edad que ya tengo que no me permite disfrutar de mis caminatas diarias tanto como quisiera y de muchas otras cosas.

Sé que el cuerpo se va retirando de este mundo, de a poco, quizás a partir de los sesenta años, junto con muchas de nuestras funciones. Creo tener eso aceptado, pero si soy honrada conmigo misma, veo que no siempre es así.

También observo como mi memoria cada vez me acompaña menos y eso me avergüenza, al no recordar a personas de la familia o amigos a los que ya no estaba frecuentando por vivir durante años en distintos países o ciudades.

Lo que me pasa es que no estoy aceptando mi edad, los ochenta y cinco años que cumplí ayer y eso es lo que ha generado que yo empiece a escribir esta nota hoy.

Comencé a preparar mi festejo dos días antes, cuando una de mis hijas me llevó a cortarme el cabello que me tenía cansada pues no sabía ya como acomodármelo. Al día siguiente ordené mi casita, tratando de sacar todo lo que tenía pendiente, cambié de lugar algunas plantas, y todo quedó como a mí me gusta. Quedé tan contenta con el trabajo realizado que me di cuenta ese era un regalo que me hacía   a mí misma.

El día de mi cumpleaños, lunes, lo comencé con un hermoso baño y luego saqué esa foto de la quietud del lago y sus reflejos, que puse en la última entraba que publiqué  anteayer. Estaba muy feliz por lo que me regalaba la naturaleza.

Ese día por la mañana ya iba contestando mensajes que me llegaban desde Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires, Calafate, Uruguay, Perú y España. Eso es lo bueno de la cibernética, muchas veces sólo veo lo malo. 

No hice fiesta, no invité a nadie, prefería que quienes vinieran a verme, lo hicieran en el horario que pudieran, pues quería mantener un ambiente tranquilo, donde podamos conversar de a uno por vez, escucharnos, y que el festejo durara  lo que pudiera. Tenía algo para convidar, más una rica torta que hizo mi nuera, y lo acompañamos con un te  muy especial.

Me emocionó y alegró muchísimo que mi biznieta de dos años y medio, que vive en Córdoba y que recién empieza a hablar, me envió un audio repitiendo las palabras dictadas por su mamá, con besitos sonoros al final. Yo le contesté de la misma forma

En conclusión, gracias a este cumple, comprendí que uno puede ser feliz siempre, pase lo que pase, puesto que la felicidad no depende del afuera, sino que proviene de lo más profundo de nuestro ser, del Alma.