Aceptar al otro es la base de todas nuestras relaciones. Aceptar es no criticar, es no querer moldearlo así como uno piensa que es más saludable ser. Nuestra vocación de servicio nos impulsa a querer ayudar a todo ser con el que nos relacionamos, y yo me pregunto: – ¿Qué será ayudar realmente?: Contesto que verdaderamente no lo sé. Siempre tiendo a enseñar, a educar pero eso no es ayudar.

Recién estuve con una persona a quien aprecio mucho y que se siente enjuiciada muy fácilmente, que necesita ser apreciada por su servicio, vive aconsejándome cómo hacer para que todo lo malo que podría pasarme si voy o me muevo a algún lado, no me pase. Además está muy sola y siento que muchas veces viene buscando compañía. Es muy difícil entenderse cuando se hablan dos idiomas diferentes. Ella es la que me lleva y me trae a donde yo necesite, y me hace todas las compras. Ambas nos necesitamos.

Cuento la vivencia reciente: Llegó cuando no la esperaba, me trajo compras que le pedí sin apuro, y algunas cosas que se imaginó que yo podría estar necesitando más otras que eran su regalo. Acá nos tomamos un té, y luego arreglé cuentas de lo comprado y la invité a caminar conmigo hasta la plazoleta cercana. Allí nos sentamos, mientras ella me seguía aconsejando. Yo simplemente escuchaba, el clima era bien agradable y al rato le dije que ya deseaba volver. En la caminata no hablamos, ella va atrás mío y canturrea muy despacito. Veo que no está bien, deseo aconsejarla, pero no me entendería. No bien llegamos, prepara sus cosas y se va. Yo me siento aliviada, y muy triste a la vez.

Es una tristeza que me duele, en lo más profundo de mi corazón. Me duele el querer ayudarla y no saber cómo, no tener un entendido a quien  consultar. Pensé en varias posibilidades, todas formas indirectas porque a mí no me entendería, hasta se me ocurrió el ir juntas a ver a su médico… y decirle que yo la veo al borde de una depresión de la que después será muy difícil sacarla. En la visita de ayer, entre tanta negatividad que salía de su boca, me fui enterando que su soriasis le había recrudecido a tal punto que su pierna estaba toda lastimada, que a la feria a la que iba a ir el domingo, no fue porque le dolía mucho la cabeza, y que ayer se vino en colectivo porque con la cantidad de coches  que hay es imposible manejar y se volvería loca.

¿Cómo ayudarla realmente? Pido ayuda a lo “Alto”, preparo mi propia oración, de acuerdo a lo que siento. “Tu sentimiento es tu oración”, dijo G. Braden. Dado que sentimos de continuo, estamos orando siempre. Cada momento es una oración, la vida toda es una plegaria. Enviamos sin cesar nuestros mensajes vibratorios al espejo de la Creación, indicando enfermedad o sanación, paz o guerra. Nos devuelve esa vibración, lo que sentimos, lo orado. “La oración es la consciencia, el estado en que nos encontramos”. Es lo que estoy haciendo.