Voy a comenzar contándoles una experiencia muy reciente. Ella viene a hacerme masajes a casa, una vez por semana, y ésta ya fue la tercera vez en que ambas nos vamos conociendo, al conversar luego de la sesión, y al mirarnos vivir. Es muy suave, menudita, aparenta menos edad de la que tiene y está siempre sonriente. Yo podría ser su abuela, y la verdad es que la siento como esa nieta adulta que nunca pude tener al lado. Me enternece hablar de ella.

 Sus masajes son sumamente relajantes, son como una caricia, de a ratos usa una pelotita, y luego sigue con toda su palma o solo con sus dedos. Siento que ese contacto me hace muy bien. Me dice que lo que la guía es la sensación, lo que va sintiendo, (algo que yo llamaría intuición), y que aplica una técnica aprendida que se llama “Eutonía”. Hace sólo algunos meses que se radicó acá en Bariloche, siendo que siempre vivió al centro de nuestro país.

Esta última vez, en que estuvimos juntas, le pregunté que cómo pudo llegar, ya que había huelga de colectivos. Siempre sonriendo me dijo: “Me acercó una amiga, y ahora para volverme haré dedo o caminaré los ocho kilómetros hasta mi casa. Confío en que por lo menos una parte del camino alguien me llevará, y todavía falta para que oscurezca…” Ni una queja, siempre viendo lo positivo en todo, aún en mis dificultades físicas para sentarme, y para acostarme sobre todo boca abajo.

Ya desde el primer momento en que nos conocimos me conquistó por su paciencia. Me dijo que generalmente trabaja en el suelo, pero que puede hacerlo muy bien, si yo prefiero, en la cama. Y al escucharme decir que nunca pude ponerme boca abajo contestó: – “No te preocupes, pondremos todas las almohadas que necesites bajo tu cuerpo hasta que vos puedas estar cómoda. Necesito trabajar en tu espalda y que estés bien relajada”. Y me relajé, y hasta me dormí y aún hoy no me lo puedo creer.

Esta última vez, luego de trabajar en la espalda como las veces anteriores, me dijo que el lado derecho de mi cuerpo, estaba respondiendo ahora mucho mejor a sus masajes, y que el lado izquierdo permanecía aún con muchas contracturas. Yo pregunté que cómo ella lo sentía, y contestó: – “Acá mis dedos entran, es un terreno blando, acá el terreno está duro, tendremos que seguir ablandándolo”.

Luego me ayudó a sentarme y me pidió que apoye bien la planta de los pies en el piso, que sienta el sostén de la tierra y su fuerza que sube por mi cuerpo hacia arriba, y que cuide de soltar toda tensión que pudiera ir apareciendo en manos, mandíbulas, u otras partes… Ella se acomodó atrás mío e hizo que mi cuerpo se apoye sobre su pecho y sus dedos trabajaron sobre mi esternón, clavículas, hombros y cuello. Creo que allí yo la adopté como mi hija o más bien como mi nieta.

Me siento una privilegiada, como que estoy ayudada por la “Fuerza Divina” para poder disfrutar de la vida; y que para eso me envía que conozca a las personas que con solo recordarlas o visualizarlas, ya me conecto con la vida, con el disfrute, con la alegría, y no puedo dejar de agradecer el que nos hayamos conocido.