Muchos dicen: “Yo ya estoy hecho”, queriendo significar: ya lo sé todo, o, no necesito aprender más nada. Sin embargo mientras sigamos viviendo, con cada vivencia seguimos aprendiendo, y eso a mí me produce una enorme alegría. Harán unos quince días que mi empleado me regaló el cuajo del famoso “Queso de patas” que todos los inmigrantes europeos, (italianos, españoles, rusos, etc.); conocían y acá actualmente, lo siguen haciendo. La abuela de mi ayudante, lo sigue preparando cada vez que carnean algunas de sus vacas. Es sumamente alimenticio al ser puro colágeno. Creería que en China y Japón también lo conocen.

Justamente salió este tema, con amigos de esta zona, donde buscaron de venir  muchos inmigrantes de Europa. Tal fue el caso de mis padres, y el de los de mis amigos a quienes estoy invitando para degustar el que yo preparé, ya que el cuajo es sin sabor, lo que depende del que lo cocina. Pero acá el problema era que en las carnicerías no venden las patas, ni enteras, ni cortadas en unos cinco trozos pequeños como yo las quería. Averigüé que en el matadero las regalan y ayer fue cuando, le pedí a mi ayudante, que consiga dos patas, y que hiciera todo el proceso de limpiar y pelar las patas en mi casa, para presenciar algo que de otra manera no tendría la oportunidad de conocer.

Y eso es lo que quisiera contarles a ustedes, mis amigos que me leen. No puedo decir que aprendí, pues yo no podría hacerlo, salvo a través de mi empleado…; pero sí puedo decir que ahora conozco como está formada la “pezuña de la vaca”, todos los huesillos que la forman, para poder moverla casi, como nosotros movemos nuestros pies y casi como lo hacemos con las rodillas. En ese sentido creo que sí, que aprendí un montón, sobre todo al darme cuenta de la profunda atención con la que yo observaba y la gran dicha que eso me producía. Estuve totalmente presente, y allí es donde uno aprende.

Por eso me animé a titular esta entrada, como lo hice, pero quien no puede estar totalmente presente en cada una de sus vivencias, o por lo menos en algunas, o solo en ciertos momentos especiales, como me pasa a mí, entiendo que se sienta que ya no tiene más nada que aprender. Acá decido cortar esta entrada para no cansarlos con algo demasiado largo y seguir mañana publicando la segunda parte de “Nunca terminamos de aprender”, donde quisiera narrarles lo que estoy aprendiendo al vivir en una zona tan propensa para los incendios.