Hoy quiero escribir sobre la sorprendente situación que me tocó vivir el 28/10/19, hace más de una semana. Si la viví así como la viví, es que la generé, tuve que ver con ella por las vibraciones energéticas que irradiaba, y también intervino la vibración del ambiente y de las personas que en ese momento formaban el campo bio-magnético del lugar.

Dado que he juntado todo lo que tengo que hacer en el centro de Bariloche, para dos días  de la semana, ese lunes mi lista de cosas a atender era prolífera, varias me pedían ir a la calle Mitre, que ahora es peatonal y está en arreglos permanentes. Hay mucha gente, sobre todo quienes allí han puesto sus comercios, que no están conformes. Cuando me ocurrió esa circunstancia, yo ya estaba cansada, deseando irme a casa, y decidí que eso sería lo último que atendería ese día.

La cuestión es que el negocio que buscaba, así como yo lo conocía, había desaparecido. Todos los negocios cambiaron su aspecto, y algunos  hasta su nombre, acomodándose a la nueva situación, a ése, su nuevo ambiente. Caminé con el paquete que pesaba, ida y vuelta esas dos primeras cuadras de la Mitre muchas veces, tratando de adivinar cuál sería, pregunté en algunos si ese era el negocio de tal persona, pero no hubo caso.

Me di por vencida y decidí volver a mi casa. ¡Sabia decisión!, pero ¿dónde estacioné el coche esta última vez?, eso se había borrado de mi mente. Y caminé una hora más con mi paquetón, para acá y para allá, sin poder encontrarlo. Ya estaba empezando a oscurecer. Estaba agotada, desesperada, no sabía ya qué hacer, y me senté a pensar en las sillas de la vereda del bar que allí funcionaba. Sentí que me estaba enfriando, pues al bajar el sol, acá se pone bien fresco.

Llamé a mi hijo, otra decisión de sabiduría. Pero al querer decirle el lugar exacto dónde  estaba, no encontraba el nombre y le dije en la calle donde empieza Bariloche, justo en los arcos del Centro Cívico, allí en el bar de la esquina, adentro.  Entré y avisé que esperaría allí a que me busquen. Muy amables me ofrecieron agua o té y me tomé un gran vaso de agua calmante y vigorizante. Mi hijo me dijo, “No te muevas de allí, mami, salgo ya para allá”.

Llegó asustado y aparentando una calma que no tenía me dijo: “Subí en mi camioneta y buscaremos el coche así como se busca un perro, sin tener la menor idea de dónde puede estar”. Y anduvimos hacia arriba y hacia abajo por todas las calles que llegaban a la Mitre mientras, como buen pesquisa me preguntaba: “¿Dónde estacionaste la primera vez, y qué hora sería?, y ¿la otra vez y la otra? Al final ¡lo encontramos!

Poco a poco me fui tranquilizando, y pude comprender que todo lo ocurrido era consecuencia de mi gran cansancio general y mental por el grado de estrés que la desesperación produce. La reacción de mi hijo fue muy diferente a la mía, él quería que fuéramos juntos a un buen Neurólogo, a lo que no me quedó otra que acceder, pero le pedí que él consiguiera el turno con quien le pareciera más idóneo, cosa no tan sencilla… Al otro día yo ya tenía compromisos en Bolsón. Me pidió le avisara cuando llegara a mi casa, y desde entonces, como agradecimiento y para su tranquilidad le aviso cada vez que salgo con el coche y llego a destino.

Ahora me pregunto: ¿Cuál es el “para qué”, el “sentido” y la enseñanza que me llega con todo esto? Que el cansancio y la desesperación bloquean la mente, que no tengo que agregar cosas de último momento cuando ya mi cuerpo avisó: “basta por hoy” y que dispongo de una mente rápida, imaginativa, que se adelanta en el tiempo,  suponiendo lo que ocurrirá. Preferiría suponer menos, vivir el presente más “Presente” con total atención, y vaciar la mente de todo lo que podría ocurrir, entregado totalmente a “lo que sea”. ¡Prevenir es bueno, pero vivir la aventura de vivir, requiere menos prevención!