Hay días en que todo se da más que bien, más aún que lo que uno puede imaginar o se anima a soñar. Y al no saber cómo denominarlos los llamé “tiempos propicios”, y de eso quiero empezar hablando acá.

Ese domingo amaneció luminoso, y pude ver cómo ese sólo hecho y una temperatura más cálida, ya preparaba en mí un ánimo favorable para todo. “A medio día saldré a caminar”, – me dije. Pero a las 10 hs., me llama una amiga con la propuesta de que vayamos los tres, ella, su marido y yo caminando hasta una playita tranquila y soleada que hay cerca a mi casa y que cada uno lleve su almuerzo, así manteniendo todo el protocolo de distancias y protecciones, que exige el covid 19, podríamos vernos y compartir nuestras vivencias. Que pasarían 11,30 hs. por casa a buscarme. Preparé todo mientras veía mi alegría que desbordaba y la sonrisa que se instalaba.

Mientras estacionaban su coche, ya compartíamos nuestro mutuo contento. Caminamos. Descender el barranco para acceder a la playa no fue fácil, pero ellos me ayudaron, encontramos el tronco para sentarnos a la altura necesaria, el lago, los reflejos, la charla, todo, todo, estuvo perfecto. ¿El más que perfecto existirá? – yo me preguntaba. Y la vuelta fue igual en su perfección. Llegué a casa dispuesta a descansar físicamente durmiendo una siestita.

Pero ¡Oh sincronía!, me llama uno de mis hijos para invitarme a caminar, ya que el día estaba tan lindo, y que nos encontremos en el bosque de Virgen de las Nieves a las 16,30 hs. que tiene un sendero especial para ciclistas y peatones. Demás está decir que ya pude convencerme que el “más que perfecto” existe, y que se nos estaba dando allí nuevamente. Charlamos, caminamos, respetamos todos los protocolos necesarios, y a las 18 hs nos despedimos. Agradecí y volví a agradecer a la Vida por todo lo que estaba recibiendo.

También pude comprobar que los “tiempos no propicios” existen, y se me dieron unos días antes o unos días después, ya no recuerdo justo cuándo fue. Había preparado una lista de todas las diligencias que pretendía hacer, y ordenada por los horarios de atención, pues no todos los negocios abren a la misma hora. Pero empecé rebotando en el primer lugar; y en el segundo y por fin en el tercero encontré gente, me vendieron lo que necesitaba y un cliente que salía junto conmigo se ofreció a llevarme los maceteros con tierra, pesados e incómodos. Acepté gustosa tanta amabilidad, le abrí la puerta del acompañante y al ponerlos sobre el piso se le dan vuelta y cae toda la tierra. Quiere juntarla, no teníamos con qué, y le digo que después lo haré yo, que muchas gracias igual. Y la bolsa con tierra que yo compré y cargaba se ve que la apoyé en la vereda, y nunca más la levanté… Seguí queriendo cumplir con todo mi cometido, pero comprendí que yo ya no estaba bien. Me sentía cansada, con hambre, con deseos de encontrar un baño, pero en vez de volver directo a casa opté por seguir buscando un baño prestado y a nadie encontraba. Allí comprendí algo muy importante, que los tiempos no propicios también existen y que es nuestro estado emocional el que los genera. El Universo nos responde con la misma vibración que estamos emitiendo.