Hoy he decidido soltar un poco a esta mente parlanchina, versátil, volátil y bien creativa que tengo, y que valoro mucho, pero que constantemente es controlada por esa parte mía más consciente que no quiere dejarse llevar por los arrebatos del momento. Por ejemplo, acá ya controlé que cada palabra escrita corresponda a lo que estoy intentando compartir hoy. Pero mi intención al sentarme a escribir y poner esté título para empezar, era salir un poco de tantas rutinas que aún tengo para cada momento del día. Y así, sigo conservando muchas de ellas, las que siento que me ayudan a la postura ya atrofiada, y a la convivencia conmigo misma y con los otros.

Las rutinas de mis medicamentos son obligatorias. Por suerte no son tantas pues conseguí unirlas a tres de mis comidas, y dejarme libre la pre-merienda para allí variar, un poco nomás, el horario y el tipo de té. Pero como solían decir mis hijos: “mamá no da puntada sin hilo…”, y hoy mis dos tazas de té calentito y riquísimo, fueron: “Te de dulce de guindas”, que disfruté muchísimo!!! Y este dicho de mis hijos lo pongo porque este año no pudimos cosechar guindas, no hubo dulce y encontré entre tantos frascos guardados en la heladera un poquito de ese dulce, del año pasado, que ocupaba lugar, y ahora por fin, yo me siento feliz pues tengo más espacio.

Hoy al sentarme a escribir, nombré: “De todo un poco” a esta entrada, pues quería contar, el movido día que tuvimos ante-ayer con mi ayudante, que es con quien estoy acá, cada uno en su casita, y cada uno haciendo sus cosas. (Suspendo, horario de mi merienda, el cuerpo manda, sigo en algunos minutos). Más que unos minutos pasó como una hora, pero esa es la ventaja de que quienes lean esto, lo leerán todo junto y no  habré incumplido con mi palabra, pues eso para mí es importante. Y  sí, hay cosas aprendidas que valoro y veo como un respeto hacia los otros. Y pasó más tiempo del que yo estimé, pues me entretuve en la cocina, limpiando y cocinando, cosas de mi quinta que allí me esperaban.

Ahora sí vayamos al movidísimo día que les comentara, donde hubo grandes destrozos, denuncias a la policía, dos vinieron a verificar los daños,  sacaron fotos, hablaron conmigo, me preguntaron nombre y edad, y me dijeron que si el responsable de todo eso, no recapacitaba, y mantenía encerrado a sus animales, habría que pasar el caso a la justicia, ya que sus vacas andaban sueltas por todos lados incluso en los caminos por donde circulaban coches, caminantes con niños y eso venía ocurriendo desde hacía años. En la quinta rompieron alambrados, comieron lo que más les gustó, y pisotearon lo que no comieron. Mi empleado, las encontró cuando aún estaban adentro, sacó fotos, y lo más doloroso para él, es que eran las vacas de sus parientes, a los que advirtió varias veces, pero ellos optaban por enojarse.

Al otro día de todo esto yo fui a mirar y realmente, a cualquiera verlo le haría doler hasta el alma, más a mí que como sólo verduras que veo crecer y cultivo y cosecho en la medida que puedo hacerlo y si no, es a través de mi ayudante. Cuando lo vi, no lloré pues ya aprendí que el llorar o quejarse, no ayuda ni soluciona nada, entonces recorrí y fui poniendo en un baldecito algunos brócolis que quedaban, unas pocas, hojas de acelga y de remolachas, y un ramito de perejil. Se habían metido entre las dos filas de frambuesas, pero se ve que eso no les interesaba tanto como la verdura, y sólo encontré dos o tres ramas quebradas, y muchas frambuesas maduras riquísimas, que yo iba comiendo y agradeciéndoles a las vacas el que me las dejaran para mí.