Porque sigo practicando la flexibilidad me doy cuenta que si estoy bien atenta el mayor tiempo posible mientras hago mis caminatas, cocino o escribo, es muchísimo lo que voy aprendiendo. Todos podemos aprender de muchas maneras: estudiando el tema que nos interesa en libros, escuchando a maestros, y haciendo ésta práctica, que consiste simplemente en atender las sensaciones y sentimientos mientras uno está viviendo.

Estaban en Bariloche unos amigos de Bolsón que no veía desde hace meses, los invité a almorzar conmigo, eso fue este martes, y a las tres de la tarde, se me ocurrió preguntarles si no me dejarían a mí en la chacra ya  que  extrañaba mucho el contacto con tanta naturaleza. Me ayudaron a dejar la casa en orden y enseguida partimos. Me había tornado en una aventurera, estaba muy sorprendida de mí misma.

Había conseguido avisarle a Andrés, (mi empleado) que me preparara la casita para encontrarla caliente, y así la encontré. Pero allá no todo me salió como yo pensaba, y la estadía de dos días, me resultó difícil porque la artrosis de la muñeca derecha me hacía ver las estrellas cuando cargaba la leña en la estufa. Allí la flexible aventurera empezó a achicarse.

Pude observar varias cosas muy interesantes, contrarias entre sí, y que se me daban al mismo tiempo. Creo que esto les debe pasar a la mayoría de las personas, solo que algunos lo registran y otros no. En mi caso yo estaba tan contenta y agradecida por lo que la vida me estaba brindando de poder estar allí, y a la vez queriendo volver al abrigo tranquilo y sin esfuerzos que tengo acá en la casa del Lago Gutiérrez que es desde donde les escribo.

Esta ambivalencia interna la veo en varias situaciones mientras las voy viviendo. Les cuento esta otra de hace solo un rato. Me avisan a las 16,30 hs., que un conocido vendrá en una hora para que le firme unos papeles. Y yo me preparo para recibirlo, entonces como persona organizada que soy decido que no me pondré a escribir pues cuando llegue el señor me sentiré molesta por tener que interrumpir. Entonces decido ponerme a moler las hojas de laurel que coseché y sequé en la chacra, y que me encanta usar como condimento.

Pero acá aparece nuevamente la contradicción de la que les hablo. Para molerlas, primero las tengo que triturar bastante con mis manos, cosa que me cuesta y no me gusta hacer.  He traído una bolsa grande de hojas y me asusta ver lo lerdo que me está resultando este trabajo. En Bolsón tenía mi ayuda y no lo tenía que hacer yo. Así desde que empiezo hasta que termino pasan casi tres horas sin que llegue la persona. Solo me llega su mensaje de que está demorado por problema de impresora. Quedé cansada y contenta a la vez por haber terminado ese engorroso trabajo. Y no bien firmé los papeles me senté a escribir habiendo aprendido que: “No todo nos puede resultar placentero en la vida, pero el placer de haber terminado  el trabajo  compensa las molestias sufridas al hacerlo”.