La flexibilidad está naturalmente en todos los seres vivos, pero los seres humanos, si bien nacemos siendo muy flexibles, luego y de a poco, la perdemos debido a la educación que recibimos y a esa otra por la que la mayoría optamos, para así movernos únicamente hacia lo que queremos rechazando lo que nos disgusta y yendo hacia lo que nos gusta.

Flexibilidad significa adaptación, y cuando uno puede adaptarse a lo que la vida le presenta, y resuelve de la mejor manera la problemática ante la que se encuentra, decimos que esa es una persona muy flexible. Allí no hay quejas de ningún tipo, siempre está la disposición “de resolver y de aprender” desde la propia creatividad que nos aparece, para que a su vez, eso que hacemos pueda ayudar a quienes se vean involucrados.

Digo que nos transforma porque cuando logro ser flexible quedo muy contenta, aparece la alegría y una sonrisa en mi cara y siento que estoy cumpliendo con el propósito para lo cual creo que bajé a esta vida en este planeta. El sentir que estoy acá para seguir aprendiendo y poder trasmitirlo a quienes me rodean, es “aprender y enseñar”, o sea lo que yo llamo mi “Misión” y quisiera que todo esto ocurra mientras sigo practicando “expresar el amor”.

Así esta entrada se transforma en una continuación de la anterior. Porque muchas veces yo en vez de expresar lo que siento y por temor de herir al otro o de que me interpreten mal, me quedo callada, no expreso,  y sé muy bien que donde entra el miedo, entra el ego, y allí el que conseguirá engañar y salirse con la suya, es él y no mi Ser Profundo que es quien realmente yo soy.

A veces el no expresar algo es sentir y considerar al interlocutor. Por ejemplo si estamos hablando de matemáticas, un tema que a mí me apasiona, y me doy cuenta que la otra persona no está interesada, o no tiene la menor idea sobre el tema, callar y cambiar de asunto es una verdadera consideración por el otro. Últimamente estoy considerando mucho si lo que digo sería mejor callarlo o seguir hablándolo sobre todo en esos momentos en que veo que me estoy esforzando para que el otro entienda y su mirada oscila de un lado al otro.

Creo que correspondería hablar sobre el hecho de que “considerar” al otro sería lo mismo que “empatizar” con él, o sea “sentir lo que está sintiendo” y desde allí decidir lo que es mejor para la relación de ambos y para cada una de  las dos personas. Actualmente, en toda circunstancia y en todo momento, esa es mi práctica, la que no me resulta fácil, puesto que pide una atención constante.