Lo que pienso, hago y siento repercute en mi salud, tanto como en mi enfermedad, pues soy un ser completo no tres partes separadas. El cómo nos enfermamos y cómo nos sanamos depende de lo que pensamos de nosotros mismos, de la calidad de nuestras relaciones, de la alimentación, de la respiración, pues todo esto incide. Un reflujo puede deberse a algo que no digiero emocionalmente. 

Para poder entender que: “Así como somos creadores de enfermedad, también somos creadores de salud, hemos de tener en cuenta que somos un campo bio-magnético, de diferentes frecuencias de energía, que la vida toda es un patrón de organización de información, y que somos “conciencia”. Jamás algo que no sea natural tendrá permanencia. La vida (océano de la conciencia pura), se manifiesta en infinitas e inimaginables dimensiones. Y nosotros como manifestación de esa conciencia pura, podemos evolucionar como también involucionar. La energía es el pulso, el “flujo del amor”. Conocer todo esto de las energías nos ayuda a ver mejor cómo nos estamos relacionando.

Si somos los responsables de nuestra salud, ¿los médicos para que están? El propósito de los médicos ha de ser “SERVIR”, “EDUCAR”, “ENSEÑAR”, ayudar a la gente a mejorar la calidad de su vida, a que sean mejores personas, a que puedan ser felices… A través de lo que llamamos terapias alternativas, ellos también pueden ayudarnos valiéndose del color, del sonido, del láser, del perfume, de las manos, de la relación terapéutica, y sin utilizar drogas, cuando éstas pueden obviarse. Su gran alcance se da a través del despertar del potencial de sanación que cada uno tiene.

Sabemos que alimentarnos bien, con conciencia es fundamental y que la actividad física es muy importante, que el sedentarismo nos enferma. En general, en muchos casos, nos cuesta incorporarlos como hábitos y acá es muy importante la constancia en lo que llamamos, “trabajo interior”.  

Para nosotros es fundamental cambiar la visión del mundo y de todo, (de negativa a positiva), la imagen de uno mismo, la personalidad o ego, ese acelere continuo que nos quita la paz y la tranquilidad y sobre todo  nuestras “creencias erradas” y a las que, en general, nos mantenemos apegados.  Lo que uno cree de sí mismo termina creándolo, si me creo: un pobre diablo, un enfermo, una víctima, etc., termino convertido en eso.

La medicina no es una cuestión de medicamentos, pues el dolor es un aviso de que te está doliendo la vida. Es una manera de gritar frente a la vida todo lo que no pudimos gritar o llorar de otra manera. El smog emocional, de nuestras relaciones, la auto-imagen, y las creencias nos enferman más aún que el smog de las ciudades. En una familia donde hay agresividad, tensiones, falta de amor, los niños se enferman pues respiran esa atmósfera ese smog tan tóxico. También muchos médicos se enferman, y no son felices, pues ellos no aprendieron a vivir, y entonces ¿qué nos podrían enseñar?

Para que toda una “familia tóxica” vaya sanando y se vuelva “nutricia” la receta necesaria sería: Sonrían, mírense a los ojos, trátense con cariño, no se maltraten y todos irán entrando en un proceso propio mucho más terapéutico que tanta química que nada enseña. El apreciar verdaderamente los aciertos del otro, el reconocerse mutuamente, irá restaurado la propia unidad, y la de la familia.

Somos analfabetos emocionales, nos hemos deshumanizados, tenemos una cabeza muy grande y un corazón muy pequeño. Hay que ponerle “corazón” a la cabeza. Solo así podremos como humanos tener una cultura amorosa, salvar al mundo y al planeta. No hemos venido para tener sino para “Ser”,  y ser así con  mayúscula, no significa “ser perfecto”, sino “Ser lo que Somos”,  conscientes de que vinimos a ser felices y a servir con nuestras capacidades, los unos a los otros.

Respirar concientemente es inhalar luz, conciencia, y exhalar es dejar que mi propia luz influya sobre todo ese campo energético que nos conecta.