Lo primero que tenemos que aprender es a aceptar: que el dolor es parte de esta vida, pero el sufrimiento, es una opción, que nos muestra estar en poder del miedo. Hay dos tipos de miedos. 1)-La mayor parte de ellos, son miedos enfermizos, creados por la mente: el miedo a que no me quieran, a no poder expresar lo que estoy sintiendo, etc. etc. 2)-El miedo a lo que puede poner en peligro nuestra viva: como el cáncer, los leones, las grandes tormentas, inundaciones, etc. Estos son naturales, responden a nuestro instinto de supervivencia.

Somos como peces que estamos en el agua sin darnos cuenta de que ese es el mejor ambiente que tenemos para vivir. Necesitamos reencontrarnos con nuestro “Ser Esencial”, descubrir quienes en realidad somos, cuál es nuestro enorme potencial. Tenemos que aprender a escuchar esa voz, ese susurro interno, que nos está diciendo que hay varias maneras de resolver esto que, en este momento, nos está trabando nuestra marcha. No nos creamos ser expertos en nada, eso es peligroso, hacemos lo que podemos, seamos humildes.

Hemos de ser eternos buscadores que comprenden que siempre podemos aprender y enseñar a través de nuestra forma de vivir, que siempre hay más, y más y más… que “la vida es infinita”, que esto nos conecta a todos, que todos somos compañeros de viaje, (nadie debería sentirse ni superior ni inferior a otros), puesto que somos exploradores en un viaje infinito. Lo que no nos deja avanzar en nuestro camino es el miedo. Lo primero será reconocerse como creador de sus propios miedos, pues entonces buscaremos el camino para poder resolverlos, para salir de ellos.

Ese miedo generado por nosotros es consecuencia de la falta de amor. Ese endurecimiento del corazón, es lo que nos abre un espacio para que entre el miedo. Hemos de preguntarnos: ¿Creo vivir en un Universo que me es hostil, o que es amoroso? Si creo que es hostil, estaré alerta, con miedo, me sentiré insignificante, pequeño, ante todo lo que me suceda. Y si creo que es amoroso, me sentiré cuidado, con ánimo para afrontar lo que sea. Por ejemplo: ante una operación, si el cirujano me toma de la mano y dice con convicción, “todo saldrá bien”, eso ya me tranquiliza.

Allí desaparece el miedo puesto que ciertas neuronas del cerebro se conectan, se producen nuevas hormonas, y cambia todo el sistema inmunológico. Cuando alguien se siente querido, valioso, y acompañado, tanto en las buenas como en las malas, inmediatamente baja el miedo. Me pregunto: ¿Cuál será el miedo más grande que tenemos?, creo que a sentir que ya no le importo a nadie, que estoy sola en este mundo… Hay una hormona, que la llamaría: “la hormona del amor”, que corta el eje de todo estrés y el miedo desaparece.

Todos podemos hacer algo para reducir el miedo de los demás, y a la vez veremos, que eso reduce nuestro miedo y hasta el de las personas que puedan estar observando lo que amorosamente hacemos, pues tanto el amor como el miedo, estos dos polos opuestos, son contagiosos. Tampoco tenemos que estar desconformes con nuestro ambiente, lo que necesitamos es aprender a verlo con nuevos ojos y así, a la vez, redescubrirnos a nosotros mismos. Sentimos un vacío existencial, y por no saber cómo llenarlo, buscamos de tener más y más cosas, de todo tipo, que no nos generan esa paz y tipo de vida que tanto deseamos.