Me preguntan: ¿Cómo estás Diana?, ¿qué es de tu vida?, y veo que en general contesto: – “todo va muy bien”, y que una sonrisa se dibuja en mi cara. A veces, si puedo elegir, me gustaría tener más visitas, de mis familiares y amigos queridos, pero todo lo que nos va sucediendo, resultado de las decisiones que van tomando los otros y nosotros mismos, lo acepto tal como viene, pues seguramente eso sea lo mejor que puede suceder para lo que vine a aprender en esta vida. 

Reconozco que he aprendido a estar atenta a los cambios de mis estados emocionales. Y me agradezco el haber buscado las enseñanzas espirituales y los maestros que a través del tiempo fui teniendo, siempre guiada por hechos sincrónicos. Cuando mi búsqueda está enfocada hacia una inclinación de mi “Ser Profundo”, si me dejo guiar por la voz de mi “Alma” o “Sabiduría Interior”, allí comprendo que lo que busco es una mayor comprensión de la vida, y que con eso me llega un gran disfrute.

Acabo de volver de mi caminata diaria, son solo unos trescientos metros, pero repletos de vivencias. Antes de salir, miro el lago y la montaña que son los hermosos compañeros que están siempre conmigo. Ellos me cuentan el clima que tenemos, no corren apurados para ningún lado, están siempre allí, no pretenden ser ninguna otra cosa, simplemente son. Cuando salgo, alguien me dice, – «es una lástima que esté tan ventoso». Pero el viento se hace mi amigo y vamos y volvemos juntos.

Al ir y volver juntos nos vamos conociendo cada vez un poco más. Pude ver sus variaciones, por momentos era una tierna brisa que me acariciaba, y otras veces se presentaba con orgullo diciéndome: – “este también soy yo”. Allí, a la ida me peinaba mis cabellos, me dificultaba, al frenarme en la leve subida que había, y en las partes de bajada, su fuerza con la mía se equilibraban, pero a la vuelta sucedía todo lo contrario. Estar presente, atenta a todo esto, me producía mucha alegría.

Ayer fue otro día de mucho disfrute. Era un día calmo y soleado, un día para estar afuera. Justo tendría a mi empleada, ayudándome en el jardín. Allí es muy poco lo que yo puedo hacer, porque me cuesta agacharme, pero sentada en un borde de piedras, ella sacaba de raíz los dientes de león, y yo los seleccionaba, y los ubicaba en un recipiente. También salieron al jardín mi vecina, que cortaba el césped, y su ayudante que barría. Cuatro mujeres trabajando y felices, disfrutaban del aire y del sol.

A veces me pregunto: ¿Qué es lo que yo puedo hacer por otros?, y enseguida mi mente me contesta: – “Con la edad que tienes y el estado en que estás, suficiente es con todo lo que estás haciendo para conservar tu salud y tu buen  ánimo”. – “Entonces me gustaría poder contagiar esta salud y mi alegría”. Y justamente es con esto, con lo que acá les cuento, las simples cosas que busco y voy realizando, que intento cambiar a esa gran parte de la humanidad, que es triste y quejosa. Pero ellos no me leen… !Entonces riamos juntos!