Cuento, (Grafía bioficcional)

Un día me pregunté: «¿Qué hice todo este tiempo?».

  • Asumí remordimientos tardíos o inesperados. Además, otros mayores y duraderos, para así reducir dolores.
  • Acepté con gusto alegrías profundas y beneficiosas, y algunas muy breves que apenas me marcaron y se sumaban a las intensas. Otras que se ausentaban sin aviso, dejando vacíos.
  • Logré reconocer deducciones equivocadas, que fueron enormes, pero obtuve enseñanzas válidas.
  • Recibí sugerencias. Ofrecí otras, con buena voluntad. Colaboré así con la armonía entre conocidos y extraños.
  • Denuncié injusticias pasadas. Perdoné solo algunas, con parcialidad, con angustia y costo personal.
  • Canté fuera de tonos, hasta aprender ritmos, acentos, musicalidades y tiempos. Un coro me unió y suavizó entre pares.
  • Tuve aciertos promisorios, valederos, y acepté ser felicitado. No los abandoné. Busqué otros. No siempre los hallé.
  • Conseguí sonrisas ajenas de agradecimiento que saturaron mi ego.
  • Produje enojos rencorosos, imposibles de abandonar. Algunos ya vencidos, permanecieron vivos en mis recuerdos, molestándome con sus interferencias.
  • Hubo juegos, diversiones infantiles; también, retos y castigos. Abundaron llantos y risas. Se sumaban aplausos propios y ajenos. Habilitamos corridas, escapes y escondidas por vergüenzas o temores.
  • Mil veces grité «¡Te quiero!», pero siempre dudé sobre si fueron suficientes.
  • Practiqué deportes, conseguí trofeos y derrotas. El aprendizaje fue mayúsculo.
  • Por obligación, realicé turismo médico, con diversos diagnósticos y resultados. Incluí cirugías, terapias y post-operatorios. Intenté descartar temores y consecuencias.
  • Repetí viajes, aventuras con excursiones raras o dificultosas. Logré cultura y singulares criterios perdurables, muy fáciles y agradables de rememorar.
  • Recibí caricias, besos y amor; además…, desengaños, distanciamientos y un divorcio.
  • Canté himnos. Estudié. Jugué en los recreos. Recibí diplomas. Adquirí seguridades y armas de defensa en lo laboral y en la vida cotidiana.
  • Me saturé de acciones solidarias. Ofrecí ayuda a terceros: me ayudé. Encontré caminos para colaborar con la sustentabilidad del planeta.
  • Maldije a jefes, a tareas y a obligaciones necias. Agaché la cabeza por breves temporadas mientras buscaba libertades.
  • Diseñé casas, jardines, huertos. Me rodearon flores y mariposas. Conviví con ellas.
  • Aprendí respeto de los mayores, quise igualarlos. Los resultados fueron aceptables.
  • Intenté ser guía y ejemplo para los niños, ya que el futuro los esperaba gentiles.
  • Me rodeé de arte: pintura, escultura y tallado. Las prácticas y los logros incipientes continuaron con un grado de espera y de mejora.
  • Asumí riesgos, acumulé dudas y tomé decisiones. Aprendí a vivir pleno, con responsabilidades y mínimas excusas. Sume experiencias.
  • Logré intimidad con las plantas: nos comunicábamos con espiritualidad. Nos comprendíamos y valorábamos la vida. Éramos uno.
  • Malogré el sonido de violines con absoluta mediocridad. Rendido, acepté el fracaso.
  • Descubrí la existencia del compañerismo y de la profunda amistad. Los cultivé sin descuidos.
  • Participé como mediador en altercados, desprecios y divorcios familiares; todos evitables, aun los malogrados.
  • Conocí verdaderas distancias, casi destierros; soledades y alejamientos de lo propio. Percibí cómo duele el no estar, el no pertenecer.
  • Viví para mis hijos, con tensiones, proyectos y agradecimientos casi mágicos. Recogí los frutos de lo bien sembrado.
  • No estuve ajeno a accidentes, traumas y herencias perturbadoras. Algunos fueron superados, solo algunos.
  • Admiré, repetidas veces, los esplendores naturales de las montañas, océanos, desiertos y valles. Sus inmensidades magníficas vibraron y excitaron mi consciente.
  • Produje descubrimientos psicológicos propios que me permitieron cambios personales, ser otro.
  • Perseguí a políticos honrados. Tuve dificultades en hallarlos cercanos.
  • Derroté parcialmente a mis miedos, a las oscuridades del pensamiento. Entonces comencé a sentirme libre, con potencia de hacer y de ofrecer.
  • Recibí aplausos y vítores, además de silbidos y abucheos repetidos. Con ellos crecí y me acerqué a un futuro promisorio. Así comenzó a reinar en mí una tranquilidad etérea.
  • Consideré al arte del bien escribir como el saber ordenar las palabras con corrección y estilo propio. Perseguí y me acerqué a dicha afinidad y así, entonces, pude transmitir imágenes literarias a los lectores, en forma razonable.
  • Supe abrir puertas simbólicas, descubrir oportunidades y cederles el paso para lograr éxitos múltiples. Lo aprendí y apliqué.
  • Concienticé el aceptar errores propios y ajenos. Aprendí a perdonar y pedir disculpas verdaderas, sentidas, sin falsedades. Por esa acción, me he y me han felicitado.
  • Acepté, con profundidad, la posible existencia de pensamientos y criterios diferentes entre las personas, ya fueran ideológicos, políticos, religiosos o filosóficos. Igual sucedió con las creencias comunes u ordinarias, en cada actualidad o época.
  • Trabajé internamente sobre el perfeccionamiento de las virtudes y de las emociones. Fueron solo inicios en ese largo y valioso camino.
  • No completé los conocimientos sobre la virtualidad tecnológica, que avanzó demasiado rápido como para que yo la alcanzara. La dejé fluir y aproveché solo sus minucias disponibles a mi alcance.

Otro día repetí la pregunta: «¿Qué hice todo este tiempo?», y me respondí… «¡VIDA!».

Colaboración de Amadeo, Octubre 2018