Eso nos decían nuestros padres, todo el tiempo, cuando éramos niños: Dejen de pavear, no pierdan  el tiempo porque: “el tiempo es oro”; y  yo misma se los debo haber repetido mil veces a mis hijos. Pero, ¿desde cuándo será que la humanidad se vale de este slogan? Cuando tengo una pregunta, suele pasarme a veces, que de forma inesperada me aparece la respuesta. Me he enterado que fue en los albores de la era industrial (1750), cuando se comenzó a pagar a los trabajadores por las horas trabajadas en vez de por lo producido, y B. Franklin fue quien lo dijo por primera vez.

Nos enseñaron que si queremos triunfar en la vida, tenemos que estudiar, y sobre todo ser muy puntuales, pues donde sea que trabajáramos, si llegábamos tarde nos despedirían. De los cinco hermanos, las dos mayores somos mujeres, y mi padre llegó a decirnos: “¿Ustedes quieren ser profesionales?, pues tendrán que esforzarse aún más que los hombres, pues sino las pisotearán”. Esa es la mentalidad formada en aquéllos tiempos, el querer tener todo ya, el culto a la rapidez. Ahora tenemos este mundo, y en él vivimos, y no nos gusta, queremos cambiarlo, ¿pero cómo?

“Cuando Dios hizo el tiempo, lo hizo en abundancia, hay para todos” Este es un dicho que viene desde Oriente de tiempos remotos. En cambio, el dicho de estos tiempos, dice: “Si quiere ser feliz, ¡haga las cosas más rápido! Pero algunos ya estamos diciendo: “Para salir del estrés, la enfermedad de este siglo, ¡Hagamos menos cosas, y más despacio!” Cuando decidimos tomarnos unos días de descanso, en general las  vacaciones nos resultan estresantes, pues, ¡queremos hacer tanto! Estoy por ir a pasar sólo cinco días a la chacra en el Bolsón, no para descansar, sino para cambiar de ambiente.

Quizás practique “El arte de no hacer nada”. Es algo que a veces intenté pero nunca pude realizar, pues quedarme quieta en un lugar, me era posible, pero ya estaba programando lo que haría después. En otros momentos, cuando me lo proponía, enseguida me encontraba, practicando la respiración que me lleva a silenciar la mente, y que yo llamo meditar. Ahora por fin comprendo que no se trata de no hacer nada, sino de tener un estilo de vida menos apresurado, y más respetuoso con el medio ambiente, es un verdadero arte. Estoy dispuesta a practicarlo y a hablar de ello

“No hay mal que por bien no venga”, este es un dicho que me lo repito a mí misma muchas veces. Considero que yo soy una privilegiada, por tenerlo así tan a mano. Siento que me resulta una gran ayuda. Mi gran problema, la falta de energía, más mi temblor esencial, que me impiden moverme como yo quisiera, me están permitiendo, ir más despacio, hacer menos cosas, buscar ayuda, y sí, disfrutar de cada detalle en lo que sí puedo hacer. Por ejemplo: el preparar mi comida, es casi un ritual, que me da el tiempo de pensar si le pondré ese ingrediente y para qué se lo pondría.