Ayer hubo cumpleaños en la casa de mis amigos y vecinos en la chacra. Él cumplía y ella le hizo la torta. Hoy me trajeron una porción para compartir conmigo el festejo. Ella me dijo: – “Sabemos que no es la repostería que comes, pero queríamos compartir contigo…” El aspecto de la torta, era tentador, sentí que estaba decorada con mucho amor. Al ver que yo estaba lista para salir, se despidieron diciéndome: – “Más tarde charlamos” –

Ya me había desayunado, no tenía hambre, y decididamente no era algo que elegiría para comer, pero decidí probarla, pues sé que al ser respetuosa con la dieta, y permitirme algo así muy de tanto en tanto, no afectaría mi salud, y me ayudaría a flexibilizarme.

Una cosa tan simple, movió muchas otras cosas en mí. ¡La torta de chuño! con duraznos en almíbar y crema, me llevó unos 40 años hacia atrás, con niños y adolescentes, la actividad laboral a pleno, y personal doméstico en la casa… ¡Otra época de mi vida! 

“Lala”, era mi auxiliar, una señora algo mayor que yo, chilena, criada por alemanes, que me prometió que si le traía el chuño (fécula de papas) de Chile, pues acá no se conseguía, me enseñaría a hacerla… Y aprendí, y la hice solo para las grandes ocasiones, pues pedía tiempo y dedicación, porque cada capa se cocinaba en molde aparte, como bizcochuelo de sólo claras muy batidas, azúcar y chuño y ¡llevaba varias…!, unidas con crema y duraznos en almíbar… ¡Cómo no iba a sentir que esa torta expresaba tanto amor puesto allí!

En esa época, si bien ya llevaba años haciendo dieta e intentando ser consciente de todo lo que entraba por mi boca, en los festejos (queriendo tener la aprobación externa, y agasajar a mis queridos), respondía con lo socialmente estipulado: azúcar y harina blanca, lácteos, huevos de criadero, etc. etc. ¡Qué incongruencia! Ahora ya aprendí que puedo agasajar con comida nutritiva, gustosa, apetecible, llamativa y creativa. 

También ahora pongo en práctica lo de “comer en meditación”, con “presencia total”, estando sola o con otros, como propuesta acordada, sin conversar, sintiendo sabores, tragando sólo una vez licuado lo masticado, sintiendo el momento de introducir el nuevo bocado… Y así comprendí la gran diferencia. Desde entonces con familia y amigos, en estos tiempos, estamos haciendo citas, cuando ambos podemos dedicar ese rato a sólo compartir nuestras vivencias y aconteceres, quizás con una taza de alguna infusión entre medio.