Nos quejamos de que así no somos felices, o de que tenemos momentos en que todo está bien, y después todo se nos complica. ¿Qué nos sucede? Es que hay algo que se va gastando, un cansancio, un desánimo que se va instalando. Allí decimos: – “No quiero más esto”, y empezamos a buscar una solución. Si justo estando así: frustrados, enojados, llenos de complejos, nos encontráramos con las Enseñanzas  Budistas, entramos en contacto con la Esencia del “Camino”.

Buda resumió la Esencia del Budismo en las “Cuatro Nobles Verdades”. La primera dice así: “La existencia humana es sufrimiento. Está garantizado para el que nace que va a sufrir. Es una ley de la vida”. La segunda explica que: “La causa del sufrimiento está en el deseo, el apego, la identificación, la desatención, o el olvido”. La tercera plantea que: “Si el deseo es la causa del sufrimiento, suprimiendo la causa se suprime el efecto, cuando se trasciende el deseo, se alcanza un estado de ser, que ni el deseo, ni el sufrimiento, dejaban ver que estaba en lo profundo de uno”.

Entonces viene la Cuarta Noble Verdad que es el método para obtener el “Óctuple Noble Sendero”: “Ocho principios de trabajo interno para quebrar la identificación, romper el apego, trascender el deseo y recuperar la conexión con el Ser”.  El encuentro con esta profunda Enseñanza es lo hace que se inicie un proceso. Para comenzar a aplicar estas enseñanzas, hemos de ponerlas en nuestro propio nivel, y allí empezamos recién a digerirlo. El próximo paso será comenzar a aplicarlo, y cuando ya  lo estamos usando en nuestras propias situaciones, acá es cuando empieza el movimiento emocional.

El ser humano es como un edificio de tres plantas: en la planta alta están los pensamientos y el Centro Intelectual; en la planta media están los sentimientos y el Centro Emocional; y en la planta baja está el cuerpo con los centros Instintivo, Sexual, y Motriz. A veces queremos que un conocimiento, o idea, se corporice, que pase de la mente a la realidad, y para eso tendrá que pasar por el área de las emociones, que pone en juego lo que la persona siente que es.

Y es allí donde comienza la posibilidad de transformación interior, de cambio de ser. También en el “Sello de Salomón” podemos ver que arriba está la cabeza, el intelecto, el cielo; abajo el cuerpo, lo inferior; y en el medio lo que el hombre es, sus emociones, lo que siente que es. En general todos fallamos al querer dejar de sufrir, siendo el mismo, cambiando lo que hacemos o de pareja, o del lugar en que vivimos, y esto no resulta, porque siempre   estamos intentando modificar, lo externo, cuando el cambio tendría que ocurrir adentro.

 ¿Qué es lo que define que uno sufra? Sus  emociones, lo que uno siente que es; y esta sensación está hecha de dos cosas: de una idea, (pensamiento) de sí mismo y de una imagen, (representación) de sí mismo. Esto nos hace sentir y creer que somos alguien, que en la realidad no existe. En mi caso, lo primero que encuentro es que debajo de la imagen de fuerte y trabajadora, buena e íntegra que muestro, tengo a veces, intenciones y sentimientos mezquinos, que son contrarios a la imagen que estoy intentando dar. Además, siempre tenemos una justificación para nuestras emociones negativas. No nos damos cuenta que las emociones negativas, nunca se pueden justificar porque son una enfermedad. Son una señal de que algo no está bien, así como la fiebre es una señal de que sí o sí, hay una infección.

Este no es un tema menor, porque estamos tocando lo que la persona siente ser, su propia identidad, su núcleo más sensible. Es pasar de la ilusión de sí a la desilusión de sí. El tema es serio, pocos quieren trabajar, y de los que trabajan, pocos se animan a ir hasta el fondo, porque cuando se pone en cuestión la propia identidad, es afectado el equilibrio psicológico, y puede aparecer hasta el temor a la locura. Lo que no se quiere saber es que estamos desequilibrados, que no sabemos  quiénes, somos, que todo el tiempo pensamos, sentimos y actuamos, desde la parte más externa nuestra, que cambia a cada rato. Vivimos hipnotizados bajo la ilusión de unidad que nos da el tener un solo cuerpo y un solo nombre. Creemos tener una identidad sólida, cuando dentro somos un fluido psicológico inestable en constante mutación.