Y lo primero a admitir es que muchas cosas que nos ocurren, no se pueden cambiar. Entonces necesitamos ponernos expertos para distinguir lo cambiable de lo no cambiable. También puede suceder que nos diagnostican una enfermedad que amenaza nuestra vida y allí pueden suceder varias cosas: 1) – que se nos despierta el miedo a morir; y 2) – que eso nos da una perspectiva, para poder valorar cuánta riqueza, en amor, familia, cariño, trabajo realizados, conocimientos, etc. teníamos.

La proximidad de la muerte nos abre a un verdadero “No Saber”. Porque el no saber no es ignorancia, es un abrirse a todas las posibilidades… Es mirar con nuevos ojos… y esto podría ser una decisión de cada cual, llegando a convertirse en una práctica, siempre y cuando, se lo sienta como algo propio, que ya está encarnado en uno. Si notas que tu mente está agitada y no puede discernir entre lo que es cambiable y lo que no lo es, la práctica de unos minutos de silencio, sería lo mejor que puedes hacer.

¿Qué nos puede enseñar la sabiduría de la muerte, en cuánto al amor en esta vida?, Que todos, aún con deformidades en nuestro cuerpo, que nos impidan hacer o llegar a ser lo que queremos, todos, tenemos latentes la posibilidad de amar y de ser amados. Porque el amor no es algo que se dice con palabras, el amor es eso que se siente, y se irradia entre las personas, y casi me animaría decir con los animales domésticos y con las plantas que cultivas en macetas, y también en tu quinta…

Amor es ese brindarse mutuo, es ese intercambio de sentimientos, y el reconocimiento de cada parte, de lo que el otro pone en sentires y esfuerzos que ya dejan de serlo, al apuntar a la evolución y la felicidad de esa otra parte. Acá sólo estoy dejando hablar a mi Alma, o Intuición, pues es lo que siento, cuando en el horario acostumbrado, yo alimento a los dos gatitos, o riego y abono mis macetas, o  saludo y le pido me pase su fuerza y su presencia, al gran coihue donde me siento a meditar…

En algún momento de mi vida pude comprender que el amor que me salvó, de todos los sufrimientos, que tuve en mi niñez y adolescencia, no era el amor que mis padres sentían hacia sus cinco hijos sino ese amor que me atraviesa y se irradia hacia todo lo que me rodea, ya sea seres vivos o cosas. A eso me ayudó una amiga muy querida, ya fallecida, cuando me decía: Diana, trata con más cariño a tus ollas, no las raspes tan fuerte, ellas también sienten, es lo mismo con todas tus cosas…

No tenemos que salir a buscar el amor, quedémonos tranquilos, y así  permitimos que el amor nos encuentre a nosotros. El amor que sentíamos mi marido y yo, nos ha ido enseñando lo que es amar. Fue ocurriendo despacio, año tras año, y estaba compuesto de mucha aceptación de nuestras grandes diferencias y de nuestras mutuas debilidades. Cada uno tenía un límite, pero ese límite  se iba corriendo poco a poco… y  la comprensión aumentaba. Ni siquiera nos dábamos cuenta de eso, pero iba ocurriendo…