La tierra es un ser que tiene vida, la escucho hablándonos. Ella nos dice: – “También yo estoy en un proceso de crecimiento y evolución constante igual que ustedes, fluyo debajo de vuestros pies, y es a través de Uds. que estoy conectada con todo lo que vive crece y respira que está en la parte aérea de este planeta”. Cuando somos conscientes de la presencia de la naturaleza alrededor nuestro, de los árboles, los animales y los pájaros ellos se benefician con nuestra presencia y compañía, tanto como nosotros, con la de ellos. Todos los seres vivos irradiamos energía, y es esa energía la que nos afecta y con la que nos nutrimos mutuamente.

En general, no nos damos cuenta, o subestimamos el efecto que  ejercemos con nuestra presencia. Hay conciencia en todo lo que nos rodea, y aún lo material, al estar pensado o construido por nosotros, seres conscientes, se transforma en materia animada. Eso pasa especialmente, por la irradiación de nuestro interés, amor, y entusiasmo, hacia todo lo que entra en nuestro radio de acción. Es nuestra creatividad con la que respondemos a todo lo que la “Vida”, nos va trayendo momento a momento, para que practiquemos eso que vinimos a hacer en esta venida a la tierra.

Nosotros somos hijos de la “Madre Tierra”, es por eso que ella nos alimenta, sostiene, guía y cobija, siempre atenta a nuestras necesidades. Podemos entrar en contacto profundo con nuestra madre estando descalzos, sin calzados aislantes, sintiendo toda la energía, la vida que nos envía, que vibrando y cosquilleando, sube por el mismo camino por el que bajó nuestra conciencia. Somos tantos y diferentes tipos de seres vivos que estamos acá, influenciándonos mutuamente, todos hijos de esta fecundísima Madre Tierra, cada uno haciendo su propia contribución como parte de un “Todo Vivo”, que yo le llamo el “Innombrable”, y otros le llaman “Dios». Ahora recuerdo el conocido dicho: “Todo tiene que ver con todo”

Acá en la chacra donde vivo, conservamos en todo lo posible el bosque autóctono que había, entonces estoy rodeada de árboles de varios tipos y en diferentes etapas de crecimiento, y literalmente, les cuento que puedo sentir la vida que de ellos recibo. Muy cerca de mi cabaña, hay un enorme coihue, con grandes ramas que se extienden hasta el alto y diáfano cielo azul que es “mi  árbol amigo”, y al que saludo cada mañana cuando salgo a hacer mi caminata diaria. Le digo más o menos lo siguiente: “Hola querido amigo, ¿Cómo estás?, admiro tu presencia tu firmeza y fortaleza, siento tu potente energía, convídame un poco de todo eso…” Y cuando me voy lo saludo con un: ¡Hasta mañana, muchas gracias!

Apoyado en su grueso tronco hay un asiento natural de otro tronquito, sobre el que tengo dos almohadones forrados en plástico para que la lluvia no me los arruine. Allí me siento a disfrutar de los sonidos de la naturaleza. Es un silencio increíblemente sonoro y sanador. Es una verdadera meditación. A lo lejos se escucha el rio Azul, y cercanos tengo el sonido del viento cuando se va acercando, y cuando se está yendo, el piar de algunos pajarillos, los grillos, y mis dos gatitos, que son los acompañantes que tengo en mis caminatas diarias, que muy quedamente me preguntan cuándo volveremos pues, ellos, uno acá y el otro un poco más allá, me están esperando. El sonido que más disfruto, es el interno, al que llamo: “el sonido del silencio”, que recién llega, cuando todo lo externo desaparece.